Aquí comienza la segunda sección del libro del Génesis. Como el primero ha respondido preguntas sobre la creación, el segundo responde a preguntas formuladas en presencia del pecado, el sufrimiento y la tristeza.

La historia de este capítulo es simple pero sublime en su interpretación de la historia humana tal como la conocemos. El hombre se ve en la inocencia individual y la inmadurez racial. Para él, una personalidad malvada, de apariencia radiante, le atrae. La apelación, en último análisis, es un cuestionamiento de la bondad y la integridad moral de Dios.

La caída del hombre consistió en el consentimiento para escuchar tal llamado y en la consiguiente falta de fe, que desembocó en una definitiva infracción de la ley. De inmediato se manifiesta el miedo en el alma humana. La fe y el miedo se excluyen mutuamente. Mientras gobierne la fe, el miedo es imposible. El hombre puede intentar esconderse de Dios, pero no puede escapar de Él, en ese hecho reside la única esperanza del hombre.

Dios se revela maravillosamente en su trato con la situación. Su primera pregunta estremece con patetismo: "¿Dónde estás?" En todo lo que sigue es evidente la diferenciación de la más estricta justicia. La serpiente está maldita. La sentencia sobre la mujer es que en el ejercicio distintivo de su naturaleza, el de la maternidad Ella estará envuelta en dolor. Sin embargo, en ese sentido, se pronunció la primera palabra profética de esperanza.

De la simiente de la mujer vendrá el Libertador. La sentencia sobre el hombre es que, en la actividad más elevada de su vida, la del trabajo, conocerá el cansancio. Detrás de todos los movimientos de la ley se mueve el corazón del amor, y esto finalmente se ve en la exclusión de Adán y Eva del árbol de la vida para que no perpetúen las condiciones a las que habían pasado como resultado del pecado.

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