Job 15:4

Este texto nos ayuda a señalar la causa de muchas cosas que andan mal en todos nosotros. Es muy probable, es casi seguro, que la razón de todos nuestros problemas, nuestro desánimo y nuestra falta de crecimiento y salud es que estamos haciendo exactamente lo que el amigo cruel de Job lo acusó en el texto "oración restrictiva ante Dios ".

I. No cabe duda de que el descuido de la oración es un pecado tristemente común. Asimismo, cuando pensamos en ello con calma, es una locura extraordinaria. La oración es el mejor medio para todos los fines correctos; lo último que debe omitirse con prudencia; lo que traerá la sabiduría de Dios para aconsejarnos, el gran poder de Dios para sostenernos y defendernos; la cosa sin la cual nuestras almas se inclinarán y morirán, más necesaria para el crecimiento de la gracia en nosotros que las lluvias y el sol para la hierba que crece o las hojas verdes.

Es por descuido que los cristianos profesantes descuidan la oración, por falta de interés en ella, vaga aversión a la comunión cercana con Dios, falta de fe vital, la fe del corazón y la cabeza.

II. Hay dos cosas que nos salvarán de este pecado. Una es que a menudo oramos: "Señor, aumenta nuestra fe". La otra es que habitualmente pedimos que en todas nuestras oraciones seamos dirigidos, inspirados, elevados, compuestos por el Espíritu Santo y bendito. Recuerde las palabras de San Pablo: "El Espíritu también ayuda en nuestras debilidades, porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles".

AKHB, Tardes de domingo en la iglesia parroquial de una ciudad universitaria, pág. 54.

Job 15:4

(1) Para un creyente en la revelación, es suficiente que la oración sea un deber primordial de la religión, un deber estrictamente en sí mismo como la manera adecuada de reconocer la supremacía de Dios y nuestra dependencia. (2) La oración no puede ser descartada por ningún principio que no reprima y condene todos los deseos religiosos fervientes. (3) El gran objetivo es aumentar estos deseos. Aquí también hay evidencia a favor de la oración.

Porque debe operar para hacerlos más fuertes, más vívidos, más solemnes, más prolongados y más definidos en cuanto a sus objetos. Convertirlos en expresiones para Dios concentrará el alma en ellos y en estos objetos.

I. Puede que se nos ocurra reflexionar sobre cuánto de este ejercicio en su calidad genuina hay o ha habido en el curso de nuestra vida habitualmente. Debería haber alguna proporción en las cosas. Un asunto de importancia preeminente no debe reducirse a ocupar algunos intersticios y rincones diminutos del sistema activo. Sabemos que nuestro gran recurso de oración es un privilegio bendito otorgado desde el cielo, de una cualidad peculiarmente celestial; ¿Dónde está nuestra coherencia si somos indiferentes y parcos en su uso?

II. "Tú refrena la oración delante de Dios". (1) ¿Existe una reticencia muy frecuente o incluso predominante hacia él, de modo que el sentimiento principal al respecto no sea más que un obsesivo sentido del deber y de culpa en el descuido? Ésta era una seria causa de alarma para que no todo saliera mal por dentro. (2) ¿En el transcurso de nuestros días, se deja a la incertidumbre de si el ejercicio será atendido o no? ¿Existe la costumbre de dejar venir primero para ser atendido por cualquier cosa inferior que se ofrezca? La carga en el texto recae sobre el estado de sentimiento que se olvida de reconocer el valor de la oración como un instrumento importante en las transacciones de la vida. La acusación recae también sobre la indulgencia de preocupaciones, ansiedades y aflicciones con poco recurso a este gran recurso.

III. La restricción de la oración renuncia a los beneficios de la intercesión de Cristo. Impide la disposición a referirse al Ser Divino en las comunicaciones sociales. Agota el valor moral y cristiano de un hombre. Plantea una dificultad formidable en el camino del recurso a Dios en ocasiones y emergencias urgentes.

J. Foster, Conferencias, primera serie, pág. 113.

Referencias: Job 15:10 . GW McCree, Christian World Pulpit, vol. xii., pág. 399; W. Walters, Ibíd., Vol. xix., pág. 137.

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