Santiago 1:17

La uniformidad de la naturaleza.

I. La uniformidad de la naturaleza reprende la timidez del hombre. Cuando estamos abrumados por muchos duelos, ¿debería ser motivo de queja para nosotros que la naturaleza, que tal vez ha causado nuestra angustia pasajera, parezca tratarnos con total indiferencia? Es un recordatorio saludable de que damos demasiada importancia a nuestros dolores individuales; que somos partes de un vasto todo; que nuestros días en la tierra no son más que un comienzo y un comienzo, no un fin.

II. La uniformidad recompensa los esfuerzos del hombre. Si no pudiéramos confiar absolutamente en las constantes e invariables leyes de la naturaleza, no se podría obtener ningún conocimiento, no se obtendrían triunfos. El mundo no habría sido un cosmos, sino un caos. Habría sido para la humanidad una fuente intolerable de terror vivir bajo el reinado de lo excepcional. Pero tal como están las cosas, la naturaleza parece acoger con agrado los triunfos sobre ella que se obtienen mediante la obediencia a sus leyes. Si el hombre, para su propia comodidad y ventaja, ha obtenido del universo un poder casi ilimitado, ¿no se debe ese poder simple y exclusivamente a la uniformidad de la ley?

III. Esta constante uniformidad es nuestra garantía de la imparcial fidelidad de Dios. En lo que respecta a la gestión del universo material, Dios ha declarado inequívocamente que no tiene favoritos. Ha dado a las fuerzas materiales una ley que no puede romperse. Confiamos más en Él porque no hay ningún elemento diabólico en la naturaleza, ningún impulso salvaje corriendo con erupciones de maldición y bendición en el espacio. Empezamos a ver que la naturaleza no es más que una palabra, es sólo una figura retórica, es sólo una ficción de la imaginación, no es nada en el mundo sino un sinónimo reverente de la suma total de las leyes que Dios ha impreso en su universo.

FW Farrar, Christian World Pulpit, vol. xiii., pág. 337.

Colecta para el séptimo domingo después de la Trinidad.

Dios es declarado en la colecta como el Autor y Dador de todas las cosas buenas. Si esto fue intencionado o no, la frase es un eco más exacto de las palabras de Santiago en el texto. Hay un movimiento espléndido en el preámbulo de la colecta, donde se describe a Dios no solo como el Autor y Dador de todas las cosas buenas, sino como el "Señor de todo poder y fuerza". Es imposible no sentir cuánto le debemos a Cranmer y sus asociados por este preámbulo. Es cierto que para este magnífico idioma hay una pequeña base latina, pero el cambio que se ha hecho en él equivale a una transformación.

I. ¿Qué distinción podemos establecer correctamente entre poder y fuerza? Los términos no son realmente idénticos en significado, y la distinción que se debe hacer entre ellos es propiamente ésta, que poder es el término más abstracto, poder o fuerza es el más concreto. Puede haber poder que no se excita. Un hombre puede tener el poder de hablar y, sin embargo, puede estar en silencio. En la colectividad atribuimos a Dios la perfección del poder, en el hecho de que Él es todopoderoso, y la perfección del poder, porque esa omnipotencia está lista para ser utilizada en nuestro beneficio sin riesgo de fracaso.

II. El nombre de Dios es su carácter tal como se nos ha revelado. Su nombre nos describe lo que es. Tenemos motivos para orar para que nuestra naturaleza se corrija de tal manera que la revelación de la Deidad que está sobre nosotros sea bienvenida y querida. Pero no basta con implantar, ya sea de semilla o de injerto. Debe haber crecimiento. La palabra "aumentar" nos es familiar en otras partes de las Escrituras, ya que denota una característica esencial en la vida cristiana.

También se requiere el cuidado de crianza y la provisión de seguridad. Pedimos que seamos nutridos con toda bondad y mantenidos en lo mismo. Al reflexionar sobre esta parte de la colección, la mente devota inevitablemente vuelve a los pasajes familiares del Antiguo Testamento y encuentra abundante material para un pensamiento sano. Cuando el Señor plantó su viña con la vid más selecta, también la cercó. Nadie que haya viajado por Palestina puede haber dejado de observar la gran importancia que tiene la cerca para el viñedo.

JS Howson, Colectas, epístolas y evangelios, pág. 98.

Referencias: Santiago 1:17 . HJ Wilmot-Buxton, La vida del deber, vol. i., pág. 235; Homilista, vol. vii., pág. 179; Preacher's Monthly, vol. i., pág. 356; Homiletic Quarterly, vol. ii., pág. 532; Ibíd., Vol. vii., pág. 215; Revista del clérigo, vol. VIP. 273.

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