1-7 Si un hombre deseaba el oficio pastoral y, por amor a Cristo y a las almas de los hombres, estaba dispuesto a negarse a sí mismo y a sufrir privaciones al dedicarse a ese servicio, buscaba ser empleado en una buena obra, y su deseo debía ser aprobado, siempre que estuviera calificado para el oficio. Un ministro debe dar la menor ocasión posible para la culpa, para que no traiga reproche a su cargo. Debe ser sobrio, templado, moderado en todas sus acciones y en el uso de todas las comodidades. La sobriedad y la vigilancia van juntas en las Escrituras, y se ayudan mutuamente. Las familias de los ministros deben ser ejemplos de bien para todas las demás familias. Debemos cuidarnos del orgullo; es un pecado que convirtió a los ángeles en demonios. Debe ser de buena reputación entre sus vecinos, y no estar bajo el reproche de su vida anterior. Para alentar a todos los ministros fieles, tenemos la bondadosa palabra de promesa de Cristo: He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo, Mateo 28:20. Y él preparará a sus ministros para su trabajo, y los llevará a través de dificultades con comodidad, y recompensará su fidelidad.

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