18-25 Las epístolas que más se ocupan de mostrar la gloria de la gracia divina y de magnificar al Señor Jesús, son las que más insisten en los deberes de la vida cristiana. Nunca debemos separar los privilegios y los deberes del Evangelio. La sumisión es el deber de las esposas. Pero es la sumisión, no a un señor severo o a un tirano severo, sino a su propio marido, que está comprometido con el deber afectivo. Y los maridos deben amar a sus esposas con afecto tierno y fiel. Los hijos obedientes son los que más prosperan. Y los padres deben ser tiernos, así como los hijos obedientes. Los siervos deben cumplir con su deber y obedecer las órdenes de sus amos, en todo lo que sea compatible con el deber hacia Dios, su amo celestial. Deben ser justos y diligentes; sin designios egoístas, ni hipocresía ni disimulo. Los que temen a Dios, serán justos y fieles cuando estén bajo la mirada de su amo, porque saben que están bajo la mirada de Dios. Y hagan todo con diligencia, no con desidia y pereza; con alegría, no descontentos con la providencia de Dios que los puso en esa relación. Y para estímulo de los siervos, que sepan que al servir a sus amos según el mandato de Cristo, sirven a Cristo, y él les dará al fin una gloriosa recompensa. Pero, por otra parte, el que hace el mal, recibirá por el mal que ha hecho. Dios castigará al injusto, así como recompensará al siervo fiel; y lo mismo si los amos hacen mal a sus siervos. Porque el justo Juez de la tierra hará justicia entre el amo y el siervo. Ambos estarán en el mismo nivel en su tribunal. Cuán feliz sería el mundo si la verdadera religión prevaleciera en todas partes, influyendo en todos los estados de cosas y en todas las relaciones de la vida. Pero la profesión de aquellas personas que no tienen en cuenta sus deberes, y que dan un motivo justo de queja a aquellos con los que se relacionan, se engaña a sí misma, además de traer reproche al evangelio.

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