22-26 He aquí un poderoso discurso para advertir a los judíos de las terribles consecuencias de su incredulidad, en las mismas palabras de Moisés, su profeta favorito, por cuyo pretendido celo estaban dispuestos a rechazar el cristianismo y a tratar de destruirlo. Cristo vino al mundo para traer una bendición con él. Y envió su Espíritu para ser la gran bendición. Cristo vino a bendecirnos, convirtiéndonos de nuestras iniquidades, y salvándonos de nuestros pecados. Nosotros, por naturaleza, nos apegamos al pecado; el propósito de la gracia divina es apartarnos de él, para que no sólo lo abandonemos, sino que lo odiemos. Que nadie piense que puede ser feliz continuando en el pecado, cuando Dios declara que la bendición está en ser apartado de toda iniquidad. Que nadie piense que entiende o cree en el evangelio, que sólo busca la liberación del castigo del pecado, pero no espera la felicidad en ser liberado del pecado mismo. Y que nadie espere ser apartado de su pecado, sino creyendo y recibiendo a Cristo el Hijo de Dios, como su sabiduría, justicia, santificación y redención.

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