17-24 Habiendo visto al pródigo en su miserable estado, vamos a considerar a continuación su recuperación de la misma. Esto comienza con su regreso a sí mismo. Este es un punto de inflexión en la conversión del pecador. El Señor le abre los ojos y le convence del pecado; entonces se ve a sí mismo y a todos los objetos bajo una luz diferente a la que tenía antes. Así, el pecador convencido percibe que el más insignificante siervo de Dios es más feliz que él. Mirar a Dios como un Padre, y nuestro Padre, será de gran utilidad en nuestro arrepentimiento y regreso a él. El pródigo se levantó y no se detuvo hasta llegar a su casa. Así el pecador arrepentido abandona resueltamente la esclavitud de Satanás y de sus concupiscencias, y vuelve a Dios por medio de la oración, a pesar de los temores y los desalientos. El Señor le sale al encuentro con inesperadas muestras de su amor perdonador. De nuevo, la recepción del pecador humillado es como la del pródigo. Se le viste con el manto de la justicia del Redentor, se le hace partícipe del Espíritu de adopción, se le prepara mediante la paz de conciencia y la gracia evangélica para que camine por los caminos de la santidad, y se le agasaja con los consuelos divinos. Los principios de la gracia y la santidad se han forjado en él, tanto para hacer como para querer.

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