41-48 ¿Quién puede contemplar al santo Jesús, mirando hacia las miserias que esperaban a sus asesinos, llorando sobre la ciudad donde su preciosa sangre estaba a punto de ser derramada, sin ver que la semejanza de Dios en el creyente, consiste mucho en la buena voluntad y la compasión? Ciertamente, no pueden tener razón aquellos que adoptan cualquier doctrina de la verdad, para endurecerse hacia sus compañeros pecadores. Pero que cada uno recuerde que, aunque Jesús lloró sobre Jerusalén, ejecutó una terrible venganza sobre ella. Aunque no se complace en la muerte de un pecador, sin embargo, ciertamente llevará a cabo sus terribles amenazas sobre aquellos que descuidan su salvación. El Hijo de Dios no lloró lágrimas vanas y sin causa, ni por un asunto ligero, ni por sí mismo. Él conoce el valor de las almas, el peso de la culpa, y cuán bajo presionará y hundirá a la humanidad. Que venga entonces a limpiar nuestros corazones con su Espíritu, de todo lo que contamina. Que los pecadores, de todas partes, estén atentos a las palabras de verdad y de salvación.

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