32-39 Todas las cosas, en el cielo y en la tierra, no son una muestra tan grande del amor gratuito de Dios, como el don de su Hijo coigual para ser la expiación en la cruz por el pecado del hombre; y todo lo demás sigue a la unión con él, y al interés en él. Todas las cosas, todas las que pueden ser causas o medios de algún bien real para el cristiano fiel. El que nos ha preparado una corona y un reino, nos dará lo que necesitamos en el camino hacia él. Los hombres pueden justificarse a sí mismos, aunque las acusaciones estén en plena vigencia contra ellos; pero si Dios justifica, eso lo responde todo. Por Cristo estamos así asegurados. Por el mérito de su muerte pagó nuestra deuda. Sí, más bien ha resucitado. Esta es una prueba convincente de que la justicia divina fue satisfecha. Tenemos un Amigo así a la diestra de Dios; todo poder le es dado. Él está allí, haciendo intercesión. Creyente, ¿dice tu alma dentro de ti: "Oh, si él fuera mío, y oh, si yo fuera suyo, si pudiera agradarle y vivir para él"? Entonces, no agites tu espíritu y no atormentes tus pensamientos con dudas infructuosas e interminables, sino que, como estás convencido de la impiedad, cree en Aquel que justifica a los impíos. Estás condenado, pero Cristo está muerto y ha resucitado. Corre hacia Él como tal. Habiendo manifestado Dios su amor al dar a su propio Hijo por nosotros, ¿podemos pensar que algo ha de apartar o hacer desaparecer ese amor? Los problemas no causan ni muestran ninguna disminución de su amor. De todo lo que los creyentes puedan ser separados, queda lo suficiente. Nadie puede apartar a Cristo del creyente: nadie puede apartar al creyente de él; y eso es suficiente. Todos los demás peligros no significan nada. Ay, pobres pecadores, aunque abunden las posesiones de este mundo, ¡qué cosas tan vanas son! ¿Podéis decir de alguna de ellas: Quién nos separará? Podéis ser alejados de las moradas agradables, y de los amigos, y de las haciendas. Puedes incluso vivir para ver y buscar tu despedida. Al final debéis separaros, pues debéis morir. Entonces, adiós, todo lo que este mundo considera más valioso. Y qué has dejado, pobre alma, que no tiene a Cristo, sino aquello de lo que te gustaría separarte, y no puedes; la culpa condenatoria de todos tus pecados. Pero el alma que está en Cristo, cuando las otras cosas son arrancadas, se aferra a Cristo, y estas separaciones no le duelen. Sí, cuando llega la muerte, que rompe todas las demás uniones, incluso la del alma y el cuerpo, lleva al alma del creyente a la más estrecha unión con su amado Señor Jesús, y al pleno disfrute de él para siempre.

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