28-31 Es bueno para los santos lo que hace bien a sus almas. Todas las providencias tienden al bien espiritual de los que aman a Dios, para apartarlos del pecado, acercarlos a Dios, destetarlos del mundo y prepararlos para el cielo. Cuando los santos actúan fuera de su carácter, se emplean correcciones para traerlos de vuelta. Y este es el orden de las causas de nuestra salvación, una cadena de oro que no puede romperse. 1. A los que conoció de antemano, también los predestinó para que fueran conformados a la imagen de su Hijo. Todo lo que Dios diseñó para la gloria y la felicidad como fin, lo decretó para la gracia y la santidad como camino. Todo el género humano merecía la destrucción; pero por razones que no conocemos perfectamente, Dios determinó recuperar a algunos por la regeneración y el poder de su gracia. Predestinó, o decretó de antemano, que fueran conformados a la imagen de su Hijo. En esta vida son en parte renovados, y caminan en sus pasos. 2. A los que predestinó, también los llamó. Es un llamado efectivo, desde el yo y la tierra hacia Dios, y Cristo, y el cielo, como nuestro fin; desde el pecado y la vanidad hacia la gracia y la santidad, como nuestro camino. Esta es la llamada del Evangelio. El amor de Dios, que gobierna en los corazones de los que una vez fueron enemigos de él, demuestra que han sido llamados según su propósito. 3. A los que llamó, también los justificó. Nadie es justificado de esta manera, sino los que son llamados eficazmente. Los que se oponen al llamado del Evangelio, permanecen bajo la culpa y la ira. 4. A los que justificó, también los glorificó. Al romperse el poder de la corrupción en el llamamiento eficaz, y eliminarse la culpa del pecado en la justificación, nada puede interponerse entre esa alma y la gloria. Esto alienta nuestra fe y esperanza; porque, en cuanto a Dios, su camino, su obra, es perfecta. El apóstol habla como alguien que se asombra y se deja llevar por la admiración, maravillado por la altura y la profundidad, la longitud y la anchura del amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento. Cuanto más sabemos de otras cosas, menos nos asombramos; pero cuanto más nos adentramos en los misterios del Evangelio, más nos afectan. Mientras Dios esté por nosotros, y nos mantengamos en su amor, podremos desafiar con santa audacia todos los poderes de las tinieblas.

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