Las tres parábolas siguientes se proponen, no a la multitud, sino peculiarmente a los apóstoles: las dos primeras se refieren a los que reciben el Evangelio; el tercero, tanto para los que la reciben como para los que la predican. El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo: el reino de Dios dentro de nosotros es un verdadero tesoro, pero un tesoro escondido del mundo y de los más sabios y prudentes en él. El que encuentra este tesoro (quizás cuando lo pensó lejos de él) lo esconde en lo profundo de su corazón y renuncia a toda otra felicidad por él.

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