Porque el bien que quiero, no lo hago, sino el mal que no quiero, eso hago. [No me sorprende que una parte de mí se rebele contra la ley de Dios, porque sé que en la parte carnal de mi naturaleza no mora el bien. El pecado domina mi carne, de modo que ninguna de las tendencias que provienen de esa parte de mí incita a la justicia, y el contraste entre las partes espiritual y carnal de mí me hace dolorosamente consciente de este hecho; porque en el lado espiritual mi poder de desear y querer hacer lo correcto es ilimitado e ilimitado, pero cuando llego a usar la parte carnal para ejecutar mi voluntad, aquí encuentro problemas y siento mi limitación; porque me encuentro estorbado por la carne, e incapaz, a causa de ella, de hacer el bien que he querido y deseado.

Sí, no es en la voluntad, sino en este asunto de la ejecución, que dejo de guardar la ley; porque aunque quiero hacer el bien, no puedo evitarlo, y aunque no quiero hacer el mal, mi naturaleza carnal me constriñe a ello incluso en contra de mi deseo.]

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