La gracia de la humildad cerró la serie anterior de consejos. Apareció allí como salvaguarda contra un espíritu señorial por parte de los que están en el cargo en la Iglesia, y un espíritu de insubordinación por parte de los miembros y servidores de la Iglesia. Se vuelve a presentar como el primero de otra breve sucesión de consejos dirigidos a todos. Se ordena ahora como una gracia para ser atesorada hacia Dios mismo, para ser estudiada en especial bajo Sus dispensaciones aflictivas, y para ser valorada como la condición sobre la cual Él suspende el honor que viene a través del sufrimiento.

Abre el camino a otros deberes afines, la sobriedad, la vigilancia, la constancia en la fe. Las exhortaciones son luego coronadas por una devota seguridad de la bondad de la intención de Dios en todas las pruebas del tiempo.

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