CAPÍTULO VII.

La deducción del apóstol de la exhortación anterior, 1.

Les insta a que le reciban con afecto, a causa de su

gran amor hacia ellos, 2-4.

Les cuenta la angustia que sintió por ellos en

Macedonia, hasta que se encontró con Tito, y se enteró de su

prosperidad, 6-7.

Se alegra de que su primera epístola haya sido el medio de su

reforma, 8, 9.

Expone cómo les afectó su carta, y el proceso de

su reforma, 10, 11.

Muestra por qué les había escrito, 12.

Se alegra de que se haya comprobado que su opinion acerca de 

 ellos ante Tito es una verdad, y aprovecha la ocasión para

 mencionar el gran afecto de Tito por ellos, y su 

propia confianza en ellos, 13-16.

NOTAS SOBRE EL CAP. VIII.

 

verso 2 Corintios 7:1 _ Teniendo, pues, estas promesas... Las promesas mencionadas en los tres últimos versículos del capítulo anterior, a las que ciertamente se debe unir este versículo.

Purifiquémonos... Pidámosle a él la necesaria gracia de la purificación; y evitad todo lo que en espíritu y práctica sea contrario a la doctrina de Dios, y que tenga tendencia a contaminar el alma.

Inmundicia de la carne... 

El apóstol se refiere, sin duda, a la embriaguez, la fornicación, el adulterio y todos los pecados que se cometen inmediatamente contra el cuerpo; y por suciedad del espíritu, a todos los deseos impuros, los pensamientos impuros y las imaginaciones contaminantes. Si evitamos y aborrecemos las malas inclinaciones, y apartamos nuestros ojos de la contemplación de la vanidad, disminuyendo así los incentivos al mal (pues el ojo afecta al corazón), habrá menos peligro de que caigamos en el pecado exterior. Y si evitamos todas las ocasiones externas de pecar, las propensiones al mal se reducirán ciertamente. Todo esto es obra nuestra bajo las ayudas comunes de la gracia de Dios. Podemos apartar los ojos y los oídos del mal, o podemos complacer a ambos en lo que infaliblemente engendrará malos deseos y temperamentos en el alma; y bajo la misma influencia podemos evitar todo acto de iniquidad; pues ni el mismo Satanás puede, por ningún poder que tenga, obligarnos a cometer impurezas, robos, borracheras, asesinatos, etc. Son cosas en las que tanto el cuerpo como el alma deben consentir. Pero el retener el ojo, el oído, la mano y el cuerpo en general, de las vistas, los informes y los actos de maldad, no purificará un espíritu caído; sólo la gracia y el Espíritu de Cristo, aplicados poderosamente para este mismo propósito, pueden purificar la conciencia y el corazón de todas las obras muertas. Pero si no retenemos el alimento con el que se nutre y sostiene el hombre de pecado, no podemos esperar que Dios purifique nuestros corazones. Mientras luchamos contra el pecado, podemos esperar que el Espíritu de Dios nos purifique por su inspiración de toda injusticia, para que podamos amar y magnificar perfectamente a nuestro Hacedor. ¿Cómo pueden esperar que Dios purifique sus corazones aquellos que están continuamente complaciendo sus ojos, oídos y manos en lo que está prohibido, y en lo que tiende a aumentar y poner en acción todas las malas propensiones del alma?

Perfeccionar la santidad... Conseguir que toda la mente de Cristo sea introducida en el alma. Este es el gran objeto de la búsqueda de un cristiano genuino. Los medios para lograrlo son,

1. Resistir y evitar el pecado, en todas sus formas atractivas y seductoras.

2. Poner el temor de Dios ante nuestros ojos, para que temamos su desagrado y aborrezcamos todo lo que pueda excitarlo, y todo lo que pueda provocar que retenga su maná de nuestra boca. Vemos, pues, que hay un sentido fuerte y ortodoxo en el que podemos limpiarnos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, y así perfeccionar la santidad en el temor de Dios.
 

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