Verso Juan 10:3. A él le abre el portero... Sir Isaac Newton observa que nuestro Señor, estando cerca del templo, donde las ovejas se guardaban en rediles para ser vendidas para los sacrificios, habló muchas cosas parabólicamente de las ovejas, de sus pastores y de la puerta del redil; y descubre que aludió a los rediles que se alquilaban en el mercado, hablando de rediles en los que un ladrón no podía entrar por la puerta, ni el propio pastor abrir, sino que un portero abría al pastor. En el portero que abre la puerta al verdadero pastor, podemos descubrir la segunda marca de un verdadero ministro: su trabajo es coronado por el éxito. El Espíritu Santo abre su camino en los corazones de sus oyentes, y él se convierte en el instrumento de su salvación. Ver Colosenses 4:3; 2 Corintios 2:12; 1 Corintios 16:9; Apocalipsis 3:8.

Las ovejas oyen su voz... La tercera característica de un buen pastor es que habla para instruir al pueblo; las ovejas oyen su voz; no toma la grasa y el vellón y deja a otro asalariado con menos sueldo para que haga el trabajo del oficio pastoral. No: él mismo predica a Cristo Jesús el Señor, y en esa sencillez también, que es la mejor calculada para instruir a la gente común. Un hombre que predica en un lenguaje que la gente no puede comprender, puede servir para un actor de teatro o para un charlatán, pero no para un ministro de Cristo.

Llama a sus ovejas por su nombre... La cuarta característica de un buen pastor es que conoce bien a su rebaño; lo conoce por su nombre; se preocupa por conocer el estado espiritual de todos los que le han sido confiados. Les habla acerca de sus almas, y al obtener un conocimiento profundo de su estado, está mejor calificado para beneficiarlos con sus ministerios públicos. Aquel que no tiene un conocimiento adecuado de la Iglesia de Cristo, nunca podrá, mediante su predicación, edificarla en su santísima fe.

Y los conduce fuera... La quinta característica de un buen pastor es que conduce el rebaño, no se enseñorea de la herencia de Dios, ni intenta, mediante una disciplina rigurosa no fundada en el Evangelio de Cristo, conducir a los hombres al camino de la vida, ni los expulsa de él, como hacen muchos, con una severidad que es una vergüenza para el suave Evangelio del Dios de la paz y el amor.

Los conduce fuera de sí mismos hacia Cristo, fuera de las locuras, diversiones y entretenimientos del mundo, hacia el camino de la santidad cristiana: en una palabra, los conduce, por esas suaves pero poderosas persuasiones que fluyen de un corazón lleno de la palabra y el amor de Cristo, hacia el reino y la gloria de su Dios.

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