Verso 38.  Entonces dice... Entonces dice - Jesús: - He añadido la palabra Jesús, ὁ Ιησους, con la autoridad de una multitud de eminentes MSS. Verlos en Griesbach.

Mi alma está muy triste, (o, está rodeada de gran dolor,) hasta la muerte... Esta última palabra explica las dos anteriores: Mi alma está tan disuelta en el dolor, mi espíritu está lleno de tal agonía y angustia, que, si no se le da un rápido socorro a mi cuerpo, la muerte será la pronta consecuencia.

Ahora comienza a ofrecerse el gran sacrificio expiatorio: en este huerto Jesús entra de lleno en el oficio sacerdotal; y ahora, en el altar de su divinidad inmaculada, comienza a ofrecer su propio cuerpo -su propia vida-, un cordero sin mancha, por el pecado del mundo. San Lucas observa, en Lucas 22:43-42,  que se le apareció un ángel del cielo fortaleciéndolo; y que, estando en agonía, su sudor era como grandes gotas de sangre que caían al suelo. Cuán exquisita debe haber sido esta angustia, cuando forzó la propia sangre a través de las capas de las venas, y agrandó los poros de una manera tan preternatural como para hacerlos vaciar en grandes gotas sucesivas. En mi opinión, la parte principal del precio de la redención se pagó en esta agonía sin precedentes e indescriptible.

Muchos autores mencionan los sudores sanguinolentos, pero ninguno como éste, en el que una persona en perfecto estado de salud (sin haber padecido ninguna enfermedad predisponente que indujera una debilidad del sistema) y en pleno vigor de la vida, de unos treinta y tres años de edad, de repente, por presión mental, sin ningún temor a la muerte, sudó grandes gotas de sangre; y éstas continuaron, durante su lucha con Dios, cayendo al suelo.

Decir que todo esto fue ocasionado por el miedo que tenía a la muerte infame que estaba a punto de morir, se desvirtúa por sí mismo, ya que esto no sólo le quitaría su divinidad, para la cual fue traído hasta allí, sino que le priva de toda excelencia, e incluso de la propia hombría. La perspectiva de la muerte no podía hacerle sufrir así, cuando sabía que en menos de tres días iba a ser restaurado a la vida, y ser llevado a una eternidad de bendición. Su agonía y angustia no pueden recibir una explicación coherente sino sobre esta base: Él SUFRIÓ, el justo por el injusto, para llevarnos a Dios. ¡Oh, gloriosa verdad! ¡Oh, sufrimiento infinitamente meritorio! Y, sobre todo, el amor eterno que le llevó a padecer tales sufrimientos por los PECADORES.

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