(8) Este es el que vino por agua y sangre, [sí] Jesucristo; (9) no solo con agua, sino con agua y sangre. Y es el (g) Espíritu el que da testimonio, porque el Espíritu es verdad.

(8) Él prueba la excelencia de Cristo, en quien solo todas las cosas nos son dadas por seis testigos, tres celestiales y tres terrenales, que concuerdan total y completamente. Los testigos celestiales son el Padre que envió al Hijo, el Verbo mismo, que se hizo carne, y el Espíritu Santo. Los testigos terrenales son agua, (que es nuestra santificación) sangre, (es decir, nuestra justificación) el Espíritu (es decir, reconocer a Dios el Padre en Cristo por fe) mediante el testimonio del Espíritu Santo.

(9) Él nos advierte que no separemos el agua de la sangre (que es la santificación de la justificación, o la justicia, comenzada de la justicia imputada) porque no nos basamos en la santificación, sino en la medida en que es un testimonio de la justicia de Cristo imputada a nosotros: y aunque esta imputación de la justicia de Cristo nunca se separa de la santificación, es el único asunto de nuestra salvación.

(g) Nuestro espíritu, que es el tercer testigo, testifica que el Espíritu Santo es verdad, es decir, que es verdad lo que nos dice, es decir, que somos hijos de Dios.

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