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Tenemos aquí al Señor Jesús elogiando las bellezas y gracias de su Iglesia. La invita a una comunión más cercana e íntima con él, y de nuevo se concentra un poco más en su hermosura. La iglesia a cambio, como alguien vencido por la bondad de su amor, muy humildemente le atribuye todo lo que tiene a él, como autor y dador de ello: y ora para que pueda ser hecha apta para la presencia y el disfrute de su Señor.

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