REFLEXIONES

¡LECTOR! ¿Qué cosa tan bendita es cuando un heredero de Dios en Cristo es sacado de la tutela de un estado de servidumbre y es llevado a la libertad con la cual el Señor libera a su pueblo? Y qué indescriptible bendición es que Dios, en testimonio del carácter de filiación de sus hijos, envíe el Espíritu de su Hijo a sus corazones, clamando: ¡Abba, Padre!

¡Y lector! como el privilegio es inmenso, si es tu felicidad saberlo así, ¡oh! asegúrate de estar a la altura. Ya no eres un sirviente. Un hijo de Dios es un heredero de Dios, a través de Cristo. Viva adecuadamente para su herencia. Todo está en Cristo, todo de Cristo, todo por Cristo; y por tanto, que Dios en Cristo tenga toda la gloria. Y recuerda, no estás viviendo en la familia como un sirviente a sueldo: no eres el hijo de la esclava.

Pronto llegará el momento en que la esclava y su hijo serán echados fuera. Porque el siervo no queda en casa para siempre. Pero el Hijo permanece para siempre. Y, si el Hijo os ha hecho libres, ¡seréis verdaderamente libres! ¡Oh! ¡la bienaventuranza de esta libertad! ¡Oh! la misericordia inefable, de haber nacido de Dios! Ahora bien, hermanos, nosotros, como lo fue Isaac, digamos todos ellos, somos hijos de la promesa.

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