REFLEXIONES

Como la Iglesia está llamada, en este Capítulo, a dejar atrás los primeros principios en el despertar del alma a las convicciones del pecado, y teniendo entonces una visión leve de Cristo, busquemos de Dios el Espíritu, ese crecimiento en la gracia que marca a aquellos que han conocido al Señor desde hace mucho tiempo, y han encontrado nuestra propia nada en todo fuera de Cristo; para que descubramos que la vida, la luz y el gozo están solo en Cristo; mientras que la muerte, las tinieblas y el dolor están en todo lo que decimos o hacemos.

¡Pero lector! mientras que la enseñanza divina lleva infaliblemente a cada niño de adelante a esta conclusión, tarde o temprano, ningún hijo de Dios se desvíe de los rasgos del carácter que Dios el Espíritu Santo ha extraído aquí de los hipócritas, a imaginar que éstos también lo distinguen a él. Se diferencian tanto como el este del oeste. Los hijos de Dios en verdad están llenos de defectos e indignidad e indignos; sin embargo, todavía son niños.

La nueva vida espiritual que se les imparte en la regeneración, sin embargo, a su vista, a veces parece difícilmente discernible, es en ellos un pozo de agua que brota para vida eterna. Pero, la naturaleza despierta del hipócrita, en medio de toda apariencia de lluvias abundantes, es todo exterior y formando estanques, como los amigos de Job, resulta engañoso, como el arroyo que en las estaciones de verano se seca.

¡Lector! Si así es el Señor te ha hecho conocer su gracia, y por la regeneración eres conducido al precioso descubrimiento de ser un heredero de la promesa, mira aquí el amor inefable de Dios, y su disposición más abundantemente, de que sus hijos vivan de y regocíjense en la inmutabilidad de su consejo. ¡Oh! ¡La fuerza de ese consuelo, fundada en la voluntad de Dios Padre! La persona, la sangre y la justicia de Jesús, y la misericordia regeneradora, santificadora y renovadora del Espíritu Santo.

¡Jesús! sé tú el ancla de mi alma, segura y firme. No como el ancla del marinero debajo, sino arriba; no fundado en algo frágil, sino en cosas que son eternas. No formado por la sabiduría de los hombres; pero en el poder de Dios. ¡Precioso, precioso Jesús! ¡Tú eres la Roca de los siglos! Tu trabajo es perfecto. Bendito, bendito por siempre, sea Dios, por Jesucristo.

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