(8) Y había en el mismo país pastores que habitaban en el campo, cuidando su rebaño de noche. (9) Y he aquí, el ángel del Señor vino sobre ellos, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tenían mucho miedo. (10) Y el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os traigo buenas nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo. (11) Porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.

(12) Y esto os será por señal; Encontraréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. (13) Y de repente hubo con el ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios y decía: (14) Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra, buena voluntad para con los hombres.

Cuando consideramos la apariencia humilde en la que nació Cristo, cuán bienaventurado es ver el testimonio glorioso, que se dio al mismo tiempo, de la grandeza de su persona. Ángeles, (y debería parecer una multitud, aunque uno solo se acercó a los pastores judíos para ser el orador), vinieron del cielo para proclamar las maravillas de su nacimiento, y el final de él en la salvación. Ruego al lector que haga notar el contenido de su mensaje: Gloria a Dios; paz y buena voluntad para los hombres.

¡Sí! toda la gloria es de Dios; porque todo está fundado en Dios; llevado a cabo en Dios; completado en Dios; y el hombre es el receptor de las misericordias. ¡Oh! que esto fue bien entendido por los hombres! ¡Qué fin le pondría a toda la justicia farisaica y al orgullo de los hombres!

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