REFLEXIONES

¡Precioso Señor Jesús! ¡Cuán dulcemente me trae este Capítulo a la memoria tu tierno y entrañable precepto de no llamar amo a nadie en la tierra! porque Uno es nuestro Maestro, ¡Cristo! ¡Sí! en verdad, Señor, eres, tanto por derecho como por compra, por conquista y por la entrega voluntaria de mi alma, en el día que me hizo querer, el día de tu poder; ¡Tú eres mi legítimo derecho y muy honrado Maestro, Soberano y Señor! Y ¡oh! por gracia, eternamente en homenaje voluntario, para doblar mi rodilla ante el cetro de tu gracia. Y como todas las criaturas de la naturaleza han sido, y son domesticadas y gobernadas, ¡que nunca se diga que alguno de tus redimidos se levantó en algún momento en desobediencia contra ti!

¡Y tú, bendito y admirable Consejero! en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento, concédeme porciones diarias, de ti mismo, en la sabiduría que es de arriba. ¡Señor! sea ​​mi felicidad ser distinguido, en todos mis tratos con los hombres, de esa sabiduría mundana que engendra envidia, contienda y toda obra mala; pero que mediante una buena conversación, por el poder de Dios, el Espíritu Santo, pueda mostrar todos los frutos prácticos de la piedad, con mansedumbre de sabiduría.

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