El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, terrenal es, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos.

El que de arriba viene, sobre todos es; el que es de la tierra, terrenal es. Dado que las palabras de esta última cláusula son exactamente las mismas, es mejor que se hayan traducido así: 'El que es de la tierra, es de la tierra'; aunque nuestros traductores dan correctamente el sentido, a saber, que los nacidos de la tierra, aunque divinamente comisionados, llevan el sello de la tierra en su obra misma: pero,

El que viene del cielo está sobre todos. Aquí, entonces, está la razón por la que Él debe crecer, mientras que todos los maestros humanos deben disminuir. El Maestro "viene de lo alto" descendiendo de Su propio elemento, la región de esas "cosas celestiales" que Él vino a revelar, y así, aunque mezclándose con los hombres y las cosas de la tierra, Él no es "de la tierra", o en Persona o en Palabra: Los siervos, por el contrario, brotando de la tierra, son de la tierra, y su testimonio, aunque divino en autoridad, participa necesariamente de su propia terrenalidad.

Tan fuertemente sintió el Bautista este contraste que la última cláusula simplemente repite la primera. Es imposible trazar una línea de distinción más nítida entre Cristo y todos los maestros humanos, aun cuando hayan sido divinamente comisionados y hablen por el poder del Espíritu Santo. ¿Y quién no lo percibe? Las palabras de los profetas y apóstoles son verdad innegable y preciosísima; pero en las palabras de Cristo oímos una voz como de la gloria excelsa, la Palabra eterna haciéndose oír en nuestra propia carne.

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