Y Jehová estaba con Judá; y echó fuera a los moradores de la montaña; pero no pudieron echar fuera a los habitantes del valle, porque tenían carros de hierro.

El Señor estaba con Judá; y expulsó a los habitantes de la montaña. La guerra era del Señor, cuyo poder omnipotente les habría asegurado el éxito en cada encuentro, ya fuera en las montañas o en los llanos, con soldados de infantería o caballería. Fue la desconfianza, la falta de una simple y firme confianza en la promesa de Dios, lo que les hizo temer los carros de hierro (ver la nota en Josué 11:4 ).

Muchos escritores escépticos han alegado a partir de este pasaje que los israelitas consideraban al Dios de Israel como una deidad local, que era superior a los dioses de sus enemigos en algunos casos, pero no en todos. La acusación es infundada; porque el antecedente propio de "él drave" no es "el Señor" (Yahvé) sino Judá. Y así no hay absurdo en la afirmación; porque, aunque "el Señor" ayudó mucho a las armas de Judá, podría complacerse, en perfecta consistencia, en retener esa ayuda en los casos en que mostraran una falta o debilidad de la fe.

Carros de hierro. Los carros de guerra cananeos eran probablemente, como los asirios, hechos de madera, en gran parte con puntas de hierro ('Nineveh and its Remains', 2:, p. 349, nota).

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