Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió sobre el altar el holocausto y el sebo; y viéndolo todo el pueblo, gritaron, y se postraron sobre sus rostros.

Salió un fuego de delante de Jehová, una llama que emanaba de aquella luz resplandeciente que llenaba el lugar santo, y que brillaba sobre el altar de bronce y encendía los sacrificios. Este fuego milagroso, para cuyo descenso probablemente se había preparado al pueblo, y que los sacerdotes tenían la orden de no dejar salir nunca ( Levítico 6:13 ), era una señal, no sólo de la aceptación de las ofrendas y del establecimiento de la autoridad de Aarón, sino de la residencia real de Dios en aquella morada elegida. En el momento en que el solemne aunque bienvenido espectáculo fue visto, un grito simultáneo de alegría y gratitud estalló de la congregación reunida, y en la actitud de más profunda reverencia adoraron a 'una Deidad presente'.

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