Y Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno de ellos su incensario, y pusieron fuego en él, y pusieron incienso en él, y ofrecieron fuego extraño delante de Jehová, que él no les había mandado.

Los hijos de Aarón ... Si este incidente ocurrió en el período solemne de la consagración y dedicación del altar, estos jóvenes asumieron un cargo que había sido encomendado a Moisés; o si fue algún tiempo después, fue una usurpación de los deberes que correspondían sólo a su padre como sumo sacerdote. Pero la ofensa era de una naturaleza mucho más agravada de lo que implicaría esa mera informalidad. Consistía no sólo en que se aventuraran a realizar sin autorización el servicio del incienso, el más elevado y solemne de los oficios sacerdotales, no sólo en que se comprometieran juntos en un trabajo que era deber de uno solo, sino en que presumieran de entrometerse en el lugar santísimo, al que se negaba el acceso a todos, excepto al sumo sacerdote. En este sentido, ofrecieron fuego extraño ante el Señor": fueron culpables de una intrusión presuntuosa e injustificada en un oficio sagrado que no les pertenecía.

Pero su ofensa fue aún más agravada, pues en lugar de tomar el fuego que se ponía en sus incensarios del altar de bronce, parece que se contentaron con el fuego común, y así perpetraron un acto que, considerando el descenso del fuego milagroso que habían presenciado tan recientemente, y la solemne obligación bajo la cual estaban obligados a hacer uso de lo que era especialmente apropiado para el servicio de los altares, traicionaron un descuido, una irreverencia, una falta de fe, muy sorprendente y lamentable.

Un precedente de tan mala tendencia era peligroso; y era imperiosamente necesario, por lo tanto, tanto para los mismos sacerdotes como para las cosas sagradas, que se diera una marcada expresión del desagrado divino por hacer lo que Dios "no les mandó", es decir, lo que les prohibió usar.

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