Y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde. Y él les repartió su vida.

Y el más joven de ellos , como el más irreflexivo, dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde, cansado de la restricción, buscando la independencia, incapaz de soportar más el control del ojo de un padre. Este es el hombre, impaciente del control divino, queriendo ser independiente de Dios, buscando ser su propio dueño, ese pecado de los pecados, como bien dice Trench, en el que todos los pecados subsiguientes están incluidos como en su germen, porque no son más que el despliegue de éste.

Y él les repartió su vida. Así Dios, para usar las palabras del mismo penetrante y certero expositor de las parábolas, cuando su servicio ya no parece una perfecta libertad, y el hombre se promete a sí mismo algo mucho mejor en otra parte, le permite hacer la prueba; y descubrirá, si es necesario por la más triste prueba, que apartarse de Él no es quitarse el yugo, sino sólo cambiar un yugo ligero por uno pesado, y un Maestro misericordioso por mil imperiosos tiranos y señores.

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