Y Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza.

Y Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza. Por muy pocos escribas que se adhirieran a Jesús, parecería, por lo que él le llamó "Maestro" Didaskale ( G1320 ), que éste era un "discípulo" en ese sentido más amplio de la palabra en el que se aplica a las multitudes que acudían tras Él, con más o menos convicción de que sus afirmaciones estaban bien fundadas.

Pero de la respuesta que recibió nos lleva a inferir que había más de emoción transitoria, de impulso temporal, que de principio inteligente en el discurso. La predicación de Cristo lo había cautivado y hechizado; su corazón se había hinchado; su entusiasmo se había reavivado; y en este estado de ánimo irá a cualquier parte con Él; y se siente impelido a decírselo. '¿Lo harás?' responde el Señor Jesús: '¿Sabes a quién te comprometes a seguir, y adónde puede llevarte? No tiene un hogar cálido, ninguna almohada suave para ti: no los tiene para Sí mismo.

Las zorras no están sin sus madrigueras, ni las aves del cielo quieren sus nidos; pero el Hijo del hombre tiene que depender de la hospitalidad de los demás, y tomar prestada la almohada sobre la que reposa Su cabeza.' ¡Qué conmovedora es esta respuesta! Y, sin embargo, no rechaza la oferta de este hombre, ni le niega la libertad de seguirlo. Sólo Él hará que sepa lo que está haciendo y 'calcule el costo'. Le hará sopesar bien la naturaleza real y la fuerza de su apego, si será tal que permanezca en el día de la prueba. Si es así, será bien recibido, porque Cristo no descarta a nadie. Pero parece demasiado claro que en este caso eso no se había hecho. Y así hemos llamado a esto el discípulo temerario o precipitado.

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