Cada acción está iluminada o dirigida por la intención. Si la intención es recta, todo el cuerpo de la acción es bueno, siempre que no proceda de una conciencia falsa. Si la intención es mala, ¡qué mala debe ser la acción! Cristo no habla aquí de una mirada exterior, sino interior. Por lo tanto, puede decirse con justicia que el que dirige todos sus pensamientos a Dios tiene los ojos brillantes y, en consecuencia, su corazón no está contaminado por los afectos mundanos; pero aquel que tiene todos sus pensamientos corrompidos con deseos carnales, sin duda alguna, está envuelto en tinieblas. (San Juan Crisóstomo)

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