Yo y mi Padre somos uno.

Hay un intervalo de aproximadamente dos meses entre esta historia y la que la precede. El Festival de la Dedicación se había celebrado desde la época de los Macabeos en conmemoración de la reconsagración del Templo después de su profanación por Antíoco Epífanes. Su fecha fue el 25

de Chisleu (diciembre). Jesús se había quedado en Jerusalén o, lo que es más probable, había pasado el tiempo intermedio en Perea, un lugar favorito para retirarse. En ese momento Él estaba en el Templo, caminando o arriba y abajo en el espléndido pórtico o salón de clausura que llevaba el nombre de Salomón. Pronto fue reconocido por los judíos, muchos de los cuales habían estado presentes en su último discurso y ahora aprovecharon la ocasión para hacerle una pregunta sobre la cual probablemente había habido mucha discusión desde la última vez que lo vieron.

Lo rodearon, impidiendo así que avanzara. Con actitud casi amenazadora plantearon su pregunta: ¿Hasta cuándo mantienes nuestras almas en la incertidumbre? Su significado es que aún no han recibido suficiente testimonio de una manera u otra para permitirles juzgar adecuadamente. Exigieron una declaración clara e inequívoca. Jesús les recordó el hecho de que les había dado la verdad acerca de sí mismo, que no sólo sus palabras, sino también sus acciones, sus milagros, daban testimonio de él.

Todas estas cosas deberían haberlos convencido hace mucho tiempo de que Él era el Cristo. Fue su incredulidad lo que se interpuso en su camino, y esta incredulidad, a su vez, demostró que no pertenecían a Sus ovejas. Su incredulidad ante un testimonio tan abrumador fue su propia culpa. Porque de sus ovejas, de los creyentes en él, era cierto que oían su voz, como les había explicado en una ocasión anterior.

Jesús ha entrado en una estrecha comunión con sus creyentes; Responde a todas sus necesidades. Y sobre todo, Él, como Salvador y Dios poderoso, les da la vida eterna que se ha ganado por Su obra expiatoria. Ningún enemigo en el mundo o en cualquier otro lugar puede robarlos, puede apartarlos de Cristo por cualquier fuerza. Él los tiene firmemente de la mano, los sostiene con seguridad en Su mano y, por lo tanto, nunca se perderán.

El Señor aquí, como dice un comentarista, nos da una garantía contra nosotros mismos, contra nuestra propia debilidad y duda. Hay tantos factores que tienden a sofocar la fe en nuestro corazón, a hacernos dudar de la sinceridad de las promesas de Dios hacia nosotros, pero esta palabra de Cristo debe vencer todas las dudas de la manera más efectiva y definitiva. A menos que los creyentes rechacen maliciosamente a su Salvador y pisoteen la salvación ganada para ellos, no puede haber duda de que Él los sostiene en Su mano.

Si confiamos en Su amorosa misericordia y bondad, nada nos dañará ni nos apartará de Su lado. Y este hecho lo enfatiza aún más al afirmar que los creyentes le son dados por su Padre, que es más grande y más poderoso que todos; ¿Qué enemigo los arrancará de las manos de Su Padre? Dios ha dado estas ovejas, estos creyentes, a Su Hijo, para que sean salvos, y así son guardados por el poder de Dios mediante la fe para salvación, 1 Pedro 1:6 .

Y Jesús y Su Padre son uno. Hay dos personas diferentes, pero solo una esencia. La voluntad del Hijo nunca se opondrá a la voluntad del Padre. El Hijo es Dios como el Padre, y en el mismo grado que el Padre. Y de esto se sigue que el Padre y el Hijo trabajan juntos en esta gran obra de salvar a los hombres, de mantener seguros a los creyentes hasta el final. Nota: Este pasaje glorioso y reconfortante es de tal belleza y poder que todo cristiano debería memorizarlo o usarlo contra los ataques astutos del diablo y sus aliados. Estamos a salvo en las manos de nuestro Padre celestial y de Jesucristo. Su Hijo, nuestro Salvador.

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