Juan 4:4

(con Efesios 4:20 )

El primer texto implica que hay una ira que es pecaminosa; y el último texto implica que hay una ira que no es pecaminosa. La diferencia no radica tanto en el carácter, ni siquiera en el grado, de la emoción; sino más bien en el motivo que lo despierta y el objeto hacia el que se dirige.

I. Hay un sentimiento al que damos el nombre de indignación moral; a modo de distinguirlo de otros tipos de ira, más o menos egoístas y autoafirmables; la indignación moral se caracteriza principalmente por el hecho de que es bastante desinteresada. Es el sentimiento que surge en el pecho de un hombre cuando lee o mira el maltrato de un animal, o el engaño de un niño, o el insulto a una mujer. Estar de pie y ver estas cosas sin protestar o sin interferencia, no es tolerancia; es una cobardía, es una falta de virilidad, es un pecado.

II. Hay lugar, nuevamente, y lugar para la ira, no solo en la contemplación del mal, sino en la experiencia personal de la tentación. Hay indignación, incluso resentimiento, hay incluso rabia y furia que pueden emplearse, sin ofender al Evangelio, para repeler tal asalto. Tampoco esa ira está necesariamente fuera de lugar, porque los labios de la amistad o del amor son los que juegan al seductor. El tentador, como el matón, es un cobarde; el mismo ojo que no ha sido empañado por el pecado lo espantará, como el sol naciente del salmista, y lo acostará en su guarida.

III. Enfadate contigo mismo y no peques; deja que el tiempo de esta ignorancia, locura y fatuidad se vaya al fin y se entierre; despierta a la justicia, y no peques; vea si una indignación moral, poderosa contra otros, no puede ser probada beneficiosamente contra usted mismo.

CJ Vaughan, Temple Sermons, pág. 463.

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