22-33 El deber de las esposas es, la sumisión a sus maridos en el Señor, que incluye honrarlos y obedecerlos, desde un principio de amor hacia ellos. El deber de los esposos es amar a sus esposas. El amor de Cristo a la iglesia es un ejemplo, que es sincero, puro y constante, a pesar de sus fracasos. Cristo se entregó a sí mismo por la iglesia para santificarla en este mundo y glorificarla en el venidero, para otorgar a todos sus miembros un principio de santidad y librarlos de la culpa, la contaminación y el dominio del pecado, mediante esas influencias del Espíritu Santo, de las cuales el agua bautismal era el signo externo. La iglesia y los creyentes no serán sin mancha ni arruga hasta que lleguen a la gloria. Pero sólo aquellos que son santificados ahora, serán glorificados en el futuro. Las palabras de Adán, mencionadas por el apóstol, se refieren literalmente al matrimonio; pero tienen también un sentido oculto, relacionado con la unión entre Cristo y su iglesia. Se trata de una especie de tipo, como de semejanza. Habrá fallos y defectos por ambas partes, en el estado actual de la naturaleza humana, pero esto no altera la relación. Todos los deberes del matrimonio están incluidos en la unidad y el amor. Y mientras adoramos y nos regocijamos en el amor condescendiente de Cristo, que los esposos y las esposas aprendan de ahí sus deberes mutuos. Así se prevendrían los peores males y se evitarían muchos efectos dolorosos.

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