22-30 Los judíos escucharon el relato de Pablo sobre su conversión, pero la mención de que había sido enviado a los gentiles era tan contraria a todos sus prejuicios nacionales, que no quisieron escuchar más. Su conducta frenética asombró al oficial romano, que supuso que Pablo debía haber cometido algún gran crimen. Pablo alegó su privilegio como ciudadano romano, por el cual estaba exento de todos los juicios y castigos que pudieran obligarle a confesarse culpable. La forma en que habló muestra claramente la santa seguridad y la serenidad de la que gozaba. Como Pablo era judío, de baja condición, el oficial romano le preguntó cómo había obtenido tan valiosa distinción; pero el apóstol le dijo que había nacido libre. Valoremos esa libertad con la que nacen todos los hijos de Dios; que ninguna suma de dinero, por grande que sea, puede comprar para los que permanecen sin regenerar. Esto puso de inmediato fin a su problema. De esta manera, el temor de los hombres aleja a muchos de las malas prácticas, mientras que el temor de Dios no los alejaría de ellas. El apóstol pregunta, simplemente, si es lícito. Él sabía que el Dios a quien servía lo apoyaría en todos los sufrimientos por causa de su nombre. Pero si no fuera lícito, la religión del apóstol lo dirigía, si era posible, a evitarlo. Nunca rehusó la cruz que su divino Maestro puso en su camino; y nunca se apartó de ese camino para tomar una.

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