11-16 Puesto que estamos seguros de que resucitaremos al final, ¿por qué la esperanza creyente de esa resurrección a la vida eterna no debería hacernos tan fácil despojarnos del cuerpo y morir, como lo es despojarnos de nuestra ropa e irnos a dormir? Un verdadero cristiano, cuando muere, no hace más que dormir; descansa de los trabajos del día pasado. Es más, aquí la muerte es mejor que el sueño, que el sueño es sólo un breve descanso, pero la muerte es el fin de las preocupaciones y los trabajos terrenales. Los discípulos pensaron que ya no era necesario que Cristo fuera a ver a Lázaro y se expusiera a sí mismo y a ellos. Así, a menudo esperamos que la buena obra que estamos llamados a hacer, sea hecha por otra mano, si hay peligro en hacerla. Pero cuando Cristo resucitó a Lázaro de entre los muertos, muchos fueron llevados a creer en él; y se hizo mucho para perfeccionar la fe de los que creyeron. Acudamos a él; la muerte no puede separarnos del amor de Cristo, ni ponernos fuera del alcance de su llamada. Como Tomás, en los momentos difíciles los cristianos deben animarse unos a otros. La muerte del Señor Jesús debe hacernos estar dispuestos a morir siempre que Dios nos llame.

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