15-21 Cristo encontró la muerte en su mayor terror. Fue la muerte de los más viles malhechores. Así se unen la cruz y la vergüenza. Habiendo sido Dios deshonrado por el pecado del hombre, Cristo satisfizo sometiéndose a la mayor desgracia con la que la naturaleza humana podía cargar. Era una muerte maldita; así la calificaba la ley judía,  Deuteronomio 21:23. Los soldados romanos se burlaron de nuestro Señor Jesús como Rey; así en la sala del sumo sacerdote los siervos se habían burlado de él como Profeta y Salvador. ¿Acaso una túnica púrpura o escarlata será motivo de orgullo para un cristiano, lo que fue motivo de reproche y vergüenza para Cristo? Él llevó la corona de espinas que nosotros merecíamos, para que nosotros pudiéramos llevar la corona de gloria que él merecía. Por el pecado estábamos expuestos a la vergüenza y al desprecio eternos; para librarnos, nuestro Señor Jesús se sometió a la vergüenza y al desprecio. Fue conducido con los obreros de la iniquidad, aunque no cometió ningún pecado. Los sufrimientos del manso y santo Redentor son siempre una fuente de instrucción para el creyente, de la cual, en sus mejores horas, no puede cansarse. ¿Sufrió así Jesús, y yo, vil pecador, me preocuparé o me quejaré? ¿Deberé permitirme la ira, o proferir reproches y amenazas a causa de los problemas y las heridas?

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