5-8 Se da por sentado que todos los discípulos de Cristo oran. Es tan fácil encontrar un hombre vivo que no respire, como un cristiano vivo que no ore. Si no se ora, no se tiene gracia. Los escribas y fariseos eran culpables de dos grandes faltas en la oración, la vana gloria y las vanas repeticiones. "Ciertamente tienen su recompensa"; si en un asunto tan grande como el que hay entre nosotros y Dios, cuando estamos en oración, podemos buscar una cosa tan pobre como la alabanza de los hombres, es justo que ésta sea toda nuestra recompensa. Sin embargo, no hay una respiración secreta y repentina tras Dios, sino que él la observa. Se llama recompensa, pero es de gracia, no de deuda; ¿qué mérito puede haber en la mendicidad? Si no da a su pueblo lo que pide, es porque sabe que no lo necesita y que no es para su bien. Tan lejos está Dios de dejarse influir por la longitud o las palabras de nuestras oraciones, que las intercesiones más poderosas son las que se hacen con gemidos indecibles. Estudiemos bien lo que se muestra sobre el estado de ánimo en que deben ofrecerse nuestras oraciones, y aprendamos diariamente de Cristo cómo orar.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad