9-15 Cristo vio la necesidad de mostrar a sus discípulos lo que comúnmente debe ser la materia y el método de su oración. No es que estemos atados al uso de esto solamente, o de esto siempre; pero, sin duda, es muy bueno usarlo. Tiene mucho en poco; y se usa aceptablemente no más allá de lo que se usa con entendimiento, y sin repetirse innecesariamente. Las peticiones son seis; las tres primeras se refieren más expresamente a Dios y a su honor, las tres últimas a nuestras propias preocupaciones, tanto temporales como espirituales. Esta oración nos enseña a buscar primero el reino de Dios y su justicia, y que todas las demás cosas serán añadidas. Después de las cosas de la gloria, el reino y la voluntad de Dios, oramos por los necesarios apoyos y comodidades de esta vida presente. Cada palabra aquí tiene una lección. Pedimos el pan; eso nos enseña la sobriedad y la templanza: y pedimos sólo el pan; no lo que no necesitamos. Pedimos nuestro pan; eso nos enseña la honestidad y la laboriosidad: no pedimos el pan de los demás, ni el pan del engaño, Proverbios 20:17; ni el pan de la ociosidad, Proverbios 31:27, sino el pan obtenido honestamente. Pedimos el pan de cada día; lo cual nos enseña a depender constantemente de la divina providencia. Rogamos a Dios que nos lo dé; no que nos lo venda, ni nos lo preste, sino que nos lo dé. El más grande de los hombres debe estar en deuda con la misericordia de Dios por su pan diario. Le pedimos que nos lo dé. Esto nos enseña una compasión por los pobres. También que debemos orar con nuestras familias. Pedimos que Dios nos lo dé hoy, lo que nos enseña a renovar los deseos de nuestras almas hacia Dios, como se renuevan las necesidades de nuestros cuerpos. Al llegar el día debemos orar a nuestro Padre celestial, y considerar que bien podríamos pasar un día sin comida, como sin oración. Se nos enseña a odiar y temer el pecado mientras esperamos la misericordia, a desconfiar de nosotros mismos, a confiar en la providencia y la gracia de Dios para mantenernos alejados de él, a estar preparados para resistir al tentador, y a no convertirnos en tentadores de otros. He aquí una promesa: Si perdonáis, vuestro Padre celestial también perdonará. Debemos perdonar, como esperamos ser perdonados. Los que desean encontrar la misericordia de Dios, deben mostrar misericordia a sus hermanos. Cristo vino al mundo como el gran pacificador, no sólo para reconciliarnos con Dios, sino unos con otros.

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