2-4 En estos versículos tenemos el relato de la purificación por parte de Cristo de un leproso, que vino y lo adoró, como alguien revestido de poder divino. Esta limpieza nos indica, no sólo que debemos acudir a Cristo, que tiene poder sobre las enfermedades corporales, para que las cure, sino que también nos enseña de qué manera debemos acudir a él. Cuando no podemos estar seguros de la voluntad de Dios, podemos estar seguros de su sabiduría y misericordia. Ninguna culpa es tan grande, sino que hay algo en la sangre de Cristo que la expía; ninguna corrupción es tan fuerte, sino que hay algo en su gracia que puede someterla. Para ser limpios debemos encomendarnos a su piedad; no podemos exigirla como una deuda, sino que debemos pedirla humildemente como un favor. Aquellos que por fe solicitan a Cristo misericordia y gracia, pueden estar seguros de que él está libremente dispuesto a darles la misericordia y la gracia que así buscan. Y son benditas las aflicciones que nos llevan a conocer a Cristo, y nos hacen buscar la ayuda y la salvación en él. Los que están limpios de su lepra espiritual, acudan a los ministros de Cristo y expongan su caso, para que les aconsejen, consuelen y oren por ellos.

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