23-25 Este pasaje no representa al apóstol como alguien que caminaba según la carne, sino como alguien que tenía muy presente el no caminar así. Y si hay quienes abusan de este pasaje, como también lo hacen de las otras Escrituras, para su propia destrucción, sin embargo, los cristianos serios encuentran motivos para bendecir a Dios por haber provisto así su apoyo y consuelo. No debemos, a causa del abuso de aquellos que están cegados por sus propias lujurias, encontrar fallas en la escritura, o en cualquier interpretación justa y bien justificada de la misma. Y ningún hombre que no esté involucrado en este conflicto, puede entender claramente el significado de estas palabras, o juzgar correctamente sobre este doloroso conflicto, que llevó al apóstol a lamentarse como un hombre miserable, obligado a lo que aborrecía. No podía librarse a sí mismo; y esto le hizo agradecer más fervientemente a Dios el camino de salvación revelado por medio de Jesucristo, que le prometía, al final, la liberación de este enemigo. Así pues, dice, yo mismo, con mi mente, mi juicio prevaleciente, mis afectos y propósitos, como hombre regenerado, por la gracia divina, sirvo y obedezco la ley de Dios; pero con la carne, la naturaleza carnal, los restos de la depravación, sirvo la ley del pecado, que lucha contra la ley de mi mente. No la sirve para vivir en ella, o para permitirla, sino como incapaz de liberarse de ella, incluso en su mejor estado, y necesitando buscar ayuda y liberación fuera de sí mismo. Es evidente que da gracias a Dios por Cristo, como nuestro libertador, como nuestra expiación y justicia en sí mismo, y no por ninguna santidad obrada en nosotros. No conoció tal salvación, y renegó de cualquier título a ella. Estaba dispuesto a actuar en todos los puntos conforme a la ley, en su mente y en su conciencia, pero fue impedido por el pecado interno, y nunca alcanzó la perfección que la ley requiere. ¿Qué puede ser la liberación para un hombre siempre pecador, sino la gracia gratuita de Dios, ofrecida en Cristo Jesús? El poder de la gracia divina, y del Espíritu Santo, podría arrancar el pecado de nuestros corazones incluso en esta vida, si la sabiduría divina no lo hubiera considerado oportuno. Pero se sufre para que los cristianos sientan constantemente y comprendan a fondo el miserable estado del que los salva la gracia divina; para que no confíen en sí mismos, y para que tengan siempre todo su consuelo y esperanza en la rica y gratuita gracia de Dios en Cristo.

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