18-22 Cuanto más puro y santo sea el corazón, más rápido sentirá el pecado que permanece en él. El creyente ve más la belleza de la santidad y la excelencia de la ley. Sus deseos sinceros de obedecer aumentan a medida que crece en la gracia. Pero no hace todo el bien en el que su voluntad está completamente inclinada; el pecado siempre brota en él, a través de la corrupción restante, a menudo hace el mal, aunque en contra de la determinación fija de su voluntad. Los movimientos del pecado en su interior afligieron al apóstol. Si por la lucha de la carne contra el Espíritu, se entendía que no podía hacer o realizar lo que el Espíritu le sugería, así también, por la oposición efectiva del Espíritu, no podía hacer lo que la carne le impulsaba a hacer. Cuán diferente es este caso del de aquellos que se hacen los desentendidos con respecto a las mociones internas de la carne que los impulsan al mal; que, en contra de la luz y la advertencia de la conciencia, siguen, incluso en la práctica externa, haciendo el mal, y así, con previsión, avanzan en el camino de la perdición. Porque como el creyente está bajo la gracia, y su voluntad es por el camino de la santidad, se deleita sinceramente en la ley de Dios, y en la santidad que ella exige, según su hombre interior; ese hombre nuevo en él, que según Dios es creado en verdadera santidad.

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