4. Felices son los que lloran. Esta declaración está estrechamente relacionada con la anterior, y es una especie de apéndice o confirmación de la misma. La creencia común es que las calamidades hacen que un hombre sea infeliz. Esto surge de la consideración, que constantemente traen consigo luto y dolor. Ahora, se supone que nada es más inconsistente con la felicidad que el duelo. Pero Cristo no solo afirma que los dolientes no son infelices. Él muestra que su propio duelo contribuye a una vida feliz, preparándolos para recibir gozo eterno y proporcionándoles emociones para buscar el verdadero consuelo solo en Dios. En consecuencia, Pablo dice:

“Nos gloriamos en las tribulaciones también sabiendo que la tribulación produce paciencia y experiencia de paciencia, y experimentamos esperanza: y la esperanza no da vergüenza” (Romanos 5:3).

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