Bienaventurados [o felices ] los que lloran , es decir, por sus propios pecados y los de otros hombres, y son constante y habitualmente serios, vigilantes y circunspectos; porque ellos serán consolados incluso en este mundo, con el consuelo que surge del sentido del perdón de los pecados, la paz con Dios, los claros descubrimientos de su favor y las esperanzas vividas y bien fundadas de la herencia celestial, y con la plena disfrute de esa herencia en el mundo venidero.

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