No os venguéis vosotros mismos, amados, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza; Yo recompensaré, dice el Señor. [La cita es de Deuteronomio 32:35 . Podemos considerar el versículo 17 como diseñado para controlar las represalias personales apresuradas, o como relacionado con lesiones de una naturaleza más personal.

La venganza de este versículo tiene más sabor a un castigo judicial, un castigo que el juicio sereno de uno, no empañado por la pasión e imparcial por el sentido del mal, tal vez podría imponer como absolutamente justo e incondicionalmente merecido. Pero aun bajo tales circunstancias el cristiano debe dejar al culpable en las manos de Dios, porque el Señor reclama jurisdicción exclusiva en el caso, y promete dar la justa recompensa.

Prohibimos los juicios de Dios al intentar anticiparnos a ellos, y también invocamos su tremenda sentencia sobre nosotros mismos por la pequeña satisfacción de ejecutar nuestra insignificante sentencia sobre alguien a quien él trataría con el tiempo si tuviéramos paciencia. La ira a la que debemos dar lugar evidentemente no es nuestra ni la de nuestro enemigo, sino la de Dios (como aparece por el contexto. Comp. Proverbios 20:22 ; Proverbios 24:29 ).

La espera nos persuade al perdón, porque cuando reflexionamos sobre la severidad y la duración del castigo de Dios, participamos de su deseo de mostrar la gracia y conceder el perdón. Pero ¡cuán justos son los premios de su trono! Su mente no está nublada por ninguna pasión, sesgada por ningún prejuicio, engañada por falsas apariencias, descarriada por ningún testimonio mentiroso, distorsionada por ninguna mala voluntad. Y cuando su juicio está formado, la gracia dirige su curso, la misericordia suaviza su ejecución y, hasta donde la justicia lo permite, el amor de un Padre que se compadece de sus débiles hijos nacidos en la tierra lo transforma en una bendición.

Sin embargo, es un juicio de Dios, y no de hombre, y la majestad de Dios se mantiene en él. La religión revelada por Dios nos pide que esperemos este juicio de Dios, pero la religión hecha por el hombre dice lo contrario. "Las leyes de Mahoma", dice Trapp, "dicen así: Vengaos vosotros mismos de vuestros enemigos; antes haced el mal que recibir el mal; matad a los infieles, etc." Al dar este mandato, Pablo usa el término "amado". "Con este título", dice Bengel, "alivia a los enojados". "Cuanto más difícil es el deber, más afectivamente se dirige el apóstol a sus lectores con esta palabra"--Tholuck.]

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