El rápido esbozo de la magnificencia de la salvación prepara el camino de lo que se ha de instar en forma de deber. El Prefacio, que tanto tiene de estilo paulino tanto en la idea como en la intención conciliadora, ha cerrado añadiendo a los profetas y evangelistas, que son nombrados ministros de esa salvación, ángeles arrebatados estudiantes de la misma. De aquí Pedro pasa de inmediato al tema principal de su epístola, y comienza dando una serie de consejos que se extienden hasta el segundo capítulo.

Estos consejos tratan sucesivamente de la esperanza, la santidad, el temor de Dios, la fraternidad y el aumento de la gracia. Todos ellos están coloreados por la luz del consuelo. Todos son desarrollos prácticos y aplicaciones personales de lo que ya se ha mencionado en el Prefacio. Se imponen por consideraciones extraídas de las realidades del llamado espiritual. Una razón para cada uno se encuentra en la gracia que se posee. Aquí, como en todas partes, los preceptos éticos del Evangelio están enraizados en los hechos y verdades de la Revelación, y reciben su impulso moral del don previo de la gracia.

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