Verso 28. No hay judío ni griego... ελλην, griego, se pone aquí por εθνικος, pagano. Bajo el Evangelio desaparecen todas las distinciones, como ayuda o como obstáculo; todos son igualmente bienvenidos a Cristo, y todos tienen igual necesidad de él; todas las personas de todas las sectas, y condiciones, y sexos, que creen en él, se convierten en una sola familia por medio de él; son un solo cuerpo, del cual él es la cabeza.

Ni hombre ni mujer... Con gran razón el apóstol introduce esto. Entre los privilegios de los hombres y las mujeres había una gran disparidad entre los judíos. Un hombre podía afeitarse la cabeza y rasgarse las vestiduras en tiempo de luto; a una mujer no se le permitía hacerlo. Un hombre podía imponer el voto de nasirato a su hijo; una mujer no podía hacerlo con su hija. Un hombre podía salir trasquilado a causa del nasirato de su padre; una mujer no podía. Un hombre puede desposar a su hija; una mujer no tiene ese poder. Un hombre podía vender a su hija; una mujer no. En muchos casos eran tratadas más como niños que como adultos; y hasta el día de hoy no se les permite reunirse con los hombres en las sinagogas, sino que son colocadas en galerías, donde apenas pueden ver, ni pueden ser vistas. Bajo el bendito espíritu del cristianismo, tienen los mismos derechos, los mismos privilegios y las mismas bendiciones; y, permítanme añadir, son igualmente útiles.

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