Verso 51. Esto no lo dijo de sí mismo... Malvado y despreciable como era, Dios guió de tal manera su lengua que, en contra de su intención, pronunció una profecía de la muerte de Jesucristo.

Ya he comentado que la doctrina de una expiación vicaria había ganado, mucho antes de este tiempo, crédito universal en el mundo. Palabras similares a las de Caifás fueron puestas por el príncipe de todos los poetas romanos en boca de Neptuno, cuando prometió a Venus que la flota de Eneas sería preservada y toda su tripulación se salvaría, con la excepción de uno solo, de cuya muerte habla con estas notables palabras

"Unum pro multis dabitar caput".

"Una vida caerá, para que muchos se salven".

Esta víctima, según nos informa el poeta, era Palinurus, el piloto de la propia nave de AEneas, que se precipitó a las profundidades por una influencia divina. Ver VIRG. AEn. v. l. 815, c.

No era necesario que el poeta introdujera este relato. No era un hecho histórico, ni tampoco tiende a decorar el poema. Incluso duele al lector porque, después de sufrir tanto en los padecimientos del piadoso héroe y su tripulación, se ve aliviado de inmediato por la interposición de un dios, que promete apaciguar la tormenta, dispersar las nubes, preservar la flota y la vida de los hombres; pero, ¡uno debe perecer! El lector vuelve a sentirse angustiado, y el libro se cierra ominosamente con la muerte del generoso Palinurus, que se esforzó hasta el final por ser fiel a su confianza y por preservar la vida de su amo y de su amigo. ¿Por qué entonces el poeta introdujo esto? Simplemente, según me parece, para tener la oportunidad de mostrar en pocas palabras su credo religioso, sobre una de las doctrinas más importantes del mundo; y que el sistema de sacrificios de judíos y gentiles demuestra que todas las naciones de la tierra acreditaron.

Como Caifás era el sumo sacerdote, su opinión tenía más peso en el consejo; por lo tanto, Dios puso estas palabras en su boca antes que en la de cualquier otro de sus miembros. Era una máxima entre los judíos que ningún profeta conocía el significado de su propia profecía, con excepción de Moisés e Isaías. Eran en general órganos por los que Dios elegía hablar.

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