Porque (1) sabemos que si nuestra casa terrenal de [este] tabernáculo se deshiciera, tenemos un edificio de Dios, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos.

(1) Aprovechando la primera comparación, compara este cuerpo miserable como es en esta vida, con un tabernáculo frágil y quebradizo. Y contrasta esto con el tabernáculo celestial, al que él llama la condición segura y eterna de este mismo cuerpo glorificado en el cielo. Y esto es así, dice, en que somos adictos a este tabernáculo, pero también con sollozos y suspiros deseamos más bien ese tabernáculo. Y así, este lugar relativo a la gloria venidera se incluye en el tratado de la dignidad del ministerio, como también lo estaba al comienzo del capítulo segundo.

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