Daniel 9:1-27

1 En el primer año de Darío hijo de Asueroa, del linaje de los medos, el cual llegó a ser rey sobre el reino de los caldeos;

2 en el primer año de su reinado, yo, Daniel, entendí de los libros que, según la palabra del SEÑOR dada al profeta Jeremíasb, el número de los años que habría de durar la desolación de Jerusalén sería setenta años.

3 Entonces volví mi rostro al Señor Dios, buscándolo en oración y ruego, con ayuno, cilicio y ceniza.

4 Oré al SEÑOR mi Dios e hice confesión diciendo: “¡Oh Señor, Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia para con los que lo aman y guardan sus mandamientos!:

5 Hemos pecado; hemos hecho iniquidad; hemos actuado impíamente; hemos sido rebeldes y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus decretos.

6 No hemos obedecido a tus siervos los profetas que en tu nombre han hablado a nuestros reyes, a nuestros gobernantes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.

7 Tuya es, oh Señor, la justicia; y nuestra es la vergüenza del rostro, como en el día de hoy; de los hombres de Judá, de los habitantes de Jerusalén, de todo Israel, de los de cerca y de los de lejos, en todas las tierras a donde los has echado a causa de su rebelión con que se han rebelado contra ti.

8 Oh Señor, nuestra es la vergüenza del rostro; de nuestros reyes, de nuestros gobernantes y de nuestros padres; porque hemos pecado contra ti.

9 Del Señor nuestro Dios son el tener misericordia y el perdonar, aunque nos hemos rebelado contra él,

10 y no hemos obedecido la voz del SEÑOR nuestro Dios, para andar en sus leyes, las cuales él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas.

11 Todo Israel ha transgredido tu ley, apartándose para no escuchar tu voz. Por ello han sido derramados sobre nosotros la maldición y el juramento que están escritos en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque hemos pecado contra él.

12 Y él ha confirmado su palabra que habló contra nosotros y contra nuestros magistrados que nos gobernaban, trayendo sobre nosotros tan grande mal. Porque nunca se había hecho bajo el cielo un mal como el que se ha hecho a Jerusalén.

13 Como está escrito en la ley de Moisés, todo este mal nos ha sobrevenido y no hemos implorado el favor del SEÑOR nuestro Dios volviéndonos de nuestras maldades y prestando atención a tu verdad.

14 Por tanto, el SEÑOR ha tenido presente el hacer este mal y lo ha traído sobre nosotros. Porque el SEÑOR nuestro Dios es justo en todas las obras que ha hecho; sin embargo, no hemos obedecido su voz.

15 “Ahora pues, oh Señor Dios nuestro — que con mano poderosa sacaste a tu pueblo de la tierra de Egipto y te hiciste de renombre, como en este día — , hemos pecado; hemos actuado impíamente.

16 Oh Señor, conforme a tu justicia, apártense, por favor, tu ira y tu furor de sobre Jerusalén, tu ciudad, tu santo monte. Porque a causa de nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo han sido entregados a la afrenta en medio de todos los que nos rodean.

17 Ahora pues, oh Dios nuestro, escucha la oración de tu siervo y sus ruegos, y por amor de ti mismo, oh Señor, haz que resplandezca tu rostro sobre tu santuario desolado.

18 Inclina, oh Dios mío, tu oído y escucha; abre tus ojos y mira nuestros lugares desolados y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre. Porque no estamos presentando nuestros ruegos delante de ti, confiados en nuestras obras de justicia, sino en tu gran misericordia.

19 Escucha, oh Señor. Perdona, oh Señor. Atiende y actúa, oh Señor. Por amor de ti mismo no pongas dilación, oh Dios mío; porque tu ciudad y tu pueblo son llamados por tu nombre”.

20 Aún estaba yo hablando y orando — confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, presentando mi ruego delante del SEÑOR mi Dios por el santo monte de mi Dios — ;

21 aún estaba hablando en oración, cuando Gabriel, el hombre al cual yo había visto en visión al principio, voló rápidamente y me tocó, como a la hora del sacrificio del atardecer.

22 Vino y habló conmigo diciendo: “Daniel, ahora he venido para iluminar tu entendimiento.

23 Al principio de tus ruegos salió la palabra, y yo he venido para declarártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la palabra y comprende la visión:

24 Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar con la transgresión, para acabar con el pecado, para expiar la iniquidad, para traer la justicia eterna, para sellar la visión y la profecía, y para ungir el lugar santísimo.

25 Conoce, pues, y entiende que desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; y volverá a ser edificada con plaza y muro, pero en tiempos angustiosos.

26 Después de las sesenta y dos semanas, el Mesías será quitado y no tendrá nada; y el pueblo de un gobernante que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario. Con cataclismo será su fin y hasta el fin de la guerra está decretada la desolación.

27 Por una semana él confirmará un pacto con muchos, y en la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Sobre alas de abominaciones vendrá el desolador, hasta que el aniquilamiento que está decidido venga sobre el desolador”.

CAPITULO 9

Vv. 1-27. LA CONFESION DE DANIEL Y SU ORACION POR JERUSALEN; GABRIEL LO CONSUELA CON LA PROFECIA DE LAS SETENTA SEMANAS. Aquí los poderes mundiales se retiran de la vista; Isarel, y la salvación por el Mesías prometido, son el tema de la revelación. Israel naturalmente había esperado la salvación al fin de la cautividad. A Daniel, pues, se le dice que, después de setenta años de cautividad, tendrán que correr setenta veces siete, y que aun entonces el Mesías no vendría en gloria, como los judíos, por equivocación, podrían esperar, por medio de profetas anteriores, sino que muriendo condenaría el pecado. Este capítulo nueve (de profecía mesiánica) está entre dos visiones del Anticristo del Antiguo Testamento, para consolar a “los sabios”. En el intervalo entre Antíoco y Cristo, no hacía falta más revelación; por lo tanto, como en la primera parte del libro, así en la segunda, Cristo y el Anticristo en conexión, son el tema.

1. el año primero de Darío—Ciaxares II, en cuyo nombre Ciro, su sobrino, yerno y sucesor, tomó a Babilonia en el año 538, a. de J. C. La fecha de este capítulo, pues, es 537, un año antes que Ciro permitiera que los judíos volviesen del destierro, y sesenta y nueve años después de que Daniel había sido llevado cautivo en el principio del cautiverio, año 606 a. de J. C. hijo de Assuero—llamado Astiages por Jenofonte. Assuero fué nombre común a muchos de los reyes de Medopersia. fué puesto por rey—la frase da a entender que Darío debió el reino, no a su propia fortaleza, sino a la de otro, es decir, a Ciro.

2. miré … en los libros—más bien, “cartas”; es decir, la carta de Jeremías (Jeremias 29:10) a los cautivos en Babilonia; también Jeremias 25:11; véase 2 Crónicas 36:21; Jeremias 30:18; Jeremias 31:38. Las promesas de Dios son el cimiento en el cual nosotros, como Daniel, debemos fundar nuestra esperanza; no como para hacer inútiles nuestras oraciones, sino más bien para alentarlas.

3. oración y ruego—lit., “intercesiones … súplicas por misericordia”. Orando pidiendo bendiciones y alivio a los males.

4. confesé—según las promesas de Dios en Levítico 26:39, que si Israel en el destierro se arrepintiera y confesase, Dios se acordaría por ello de su pacto con Abraham (véase Deuteronomio 30:1; Jeremias 29:12; Santiago 4:10). La promesa de Dios fué absoluta, pero también se ordenó la oración como anterior a su cumplimiento, siendo ésta también la obra de Dios en su pueblo, tanto como la restauración exterior que había de seguir. Así será en la restauración final de Israel (Salmo 102:13). Daniel toma el lugar de sus compatriotas en la confesión de pecados, identificándose con ellos, y como su representante y sacerdote intercesor, “acepta el castigo de la iniquidad de ellos”. Así tipifica él al Mesías, el gran intercesor y portador de los pecados del mundo. La vida y las experiencias del mismo profeta forman un punto de partida apto para su profecía acerca de la expiación del pecado. El ora por la restauración de Israel como asociado con los profetas (véase Jeremias 31:4, Jeremias 31:11, Jeremias 31:31, etc.), en la esperanza del Mesías. La revelación ahora concedida, analiza en sus partes sucesivas lo que los profetas, en perspectiva profética, antes vieron juntos en uno, es decir, la redención de la cautividad y la redención mesiánica completa. Los siervos de Dios, quienes, como el padre de Noé (Génesis 5:29), esperaban muchas veces que ahora el Consolador de sus aflicciones estuviera a mano, tuvieron que esperar de siglo en siglo, para ver en cumplimientos sucesivos como garantía de la venida de aquél a quien ardientemente deseaban ver (Mateo 13:17); así como ahora los creyentes cristianos que creen que la Segunda venida del Señor está cercana, han de continuar esperando, así a Daniel se le informa de un largo período de setenta semanas proféticas antes de la llegada del Mesías, en vez de setenta años, como habría podido pensar (véase Mateo 18:21).[Auberlen.] Dios Grande, digno de ser temido—como sabemos por experiencia por las calamidades que sufrimos. La grandeza de Dios y su terrible odio al pecado deberían preparar a los pecadores para un reconocimiento, reverente y humilde, de la justicia de su castigo. que guardas el pacto y la misericordia—es decir, “el pacto de tu misericordia”, por el cual has prometido librarnos, no por nuestros méritos sino por tu misericordia (Ezequiel 36:22). Tan débil y pecaminoso es el hombre, que cualquier pacto para bien de parte de Dios con él, para ser eficaz, tiene que depender sólo de la gracia divina. Si él es un Dios para ser temido por su justicia, también lo es para ser “fiado” por su misericordia. ta aman y guardan tus mandamientos—el guardar sus mandamientos es la única prueba de amor a Dios (Juan 14:15).

5. Véase Nehemías cap. 9, la confesión de Nehemías. Hemos pecado … iniquidad … impíamente … rebeldes—Grado ascendiente. Hemos errado en ignorancia … pecado por debilidad … habitual y voluntariamente cometido maldad … y como rebeldes declara dos y obstinados nos hemos opuesto a Dios.

6. profetas … hablaron a nuestros reyes … a todo el pueblo—sin temor ellos advirtieron a todos sin respeto de personas.

7. confusión de rostro, como en el día de hoy—la vergüenza por nuestra culpa, manifestada en nuestro semblante, el lo que nos toca; como atestigua el castigo nuestro “en el día de hoy”. a los de cerca y a los de lejos—el castigo, sin embargo, variaba, siendo echados algunos judíos más lejos que otros, pero todos eran iguales en la culpa.

9. misericordia—el plural—“las misericordias”—en el original intensifica la fuerza; misericordia manifestada de innúmeras maneras. Así como es humillante recordar que “la justicia es de Dios”, así es consolador saber que “de Jehová nuestro Dios es el tener misericordia”. aunque contra él nos hemos rebelado—más bien, “desde que”, etc. [Vulgata.] (Salmo 25:11). Nuestro castigo no es inconsecuente con sus “misericordias”, desde que nos hemos rebelado contra él.

10. sus leyes … puso él delante de nosotros—no ambigua sino claramente, de modo que estábamos sin excusa.

11. todo—(Salmo 14:3; Romanos 3:12). la maldición, y el juramento … en la leyla maldición contra Israel, si era desobediente, que Dios ratificó con juramento (Levítico 26:14 : Deuteronomio 27:15; Deuteronomio 28:15; Deuteronomio 28:29).

12. ha verificado su palabra—demostrado por los castigos que sufrimos, que sus palabras no eran amenazas vanas. nunca fué hecho debajo del cielo como … en Jerusalem—(Lamentaciones 1:12).

13. y no hemos rogado a la faz de Jehová—lit., “no hemos ablandado el rostro de Jehová”. Ni aun nuestro castigo nos ha enseñado arrepentimiento (Isaías 9:13; Jeremias 5:3; Oseas 7:10). Enfermos despreciamos la medicina saludable. para convertirnos de nuestras maldades—La oración puede ser acepta sólo cuando viene acompañada por el deseo de volverse del pecado a Dios (Salmo 66:18; Proverbios 28:9) y entender tu verdad—atentamente considerar tu fidelidad en cumplir tus promesas y también tus amenazas [Calvino.] “Tu ley” (cap. 8:12). [Maurer.]

14. veló … sobre el mal—que expresa vigilancia constante para que los pecados de su pueblo no se escapen de su juicio, como el vigilante de guardia día y noche (Job 14:16 : Jeremias 31:28; Jeremias 44:27). El que Dios vigile el castigo de los judíos, forma un contraste notable con los judíos que duermen en sus pecados. justo es Jehová nuestro Dios—Los arrepentidos verdaderos “justifican” a Dios, “atribuyendo justicia a él”, en vez de quejarse de sus castigos por demasiado severos (Nehemías 9:33; Job 36:3; Salmo 51:4; Lamentaciones 3:39).

15. sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto—una prueba a todas las edades de que los descendientes de Abrahán son tu pueblo del pacto. Aquel beneficio antiguo nos da la esperanza de que nos concederás ahora un beneficio similar bajo circunstancias similares (Salmo 80:8; Jeremias 32:21; Jeremias 23:7)

16. tus justicias—no justicia austera en castigar, sino tu fidelidad a tus promesas de misericordia a los que en ti confían (Salmo 31:1; Salmo 143:1). tu ciudad—escogida como tuya en la elección de gracia, la cual no cambia. por la maldad de nuestros padres—(Éxodo 20:5). El no impugna la justicia de Dios en esto, como hacían los murmuradores (Ezequiel 18:2; véase Jeremias 31:29). tu pueblo … en oprobio—pueblo que causa oprobio a tu nombre. “Todos en derredor nuestro” dirán que tú, Jehová, no pudiste salvar a tu pueblo favorito. Así el v. 17, “por amor del Señor”; el v. 19, “por amor de ti mismo” (Isaías 48:9, Isaías 48:11).

17. haz que tu rostro resplandezca—metáfora tomada del sol, que alegra todo lo que sus rayos tocan (Números 6:25; Malaquías 4:2).

18. derramamos nuestros ruegos—(Véase Nota, Jeremias 36:7).

19. Las exclamaciones entrecortadas y las repeticiones, indican el intenso fervor de sus súplicas. no pongas dilación—da a entender que los setenta años ya están casi terminados. por amor de ti mismo—frecuentemente repetido, por ser la súplica más fuerte (Jeremias 14:21).

20. Aun estaba hablando—repetido en el v. 21; enfáticamente señalando que la respuesta fué dada, antes que fuera terminada la oración, así como Dios prometió (Isaías 30:19; Isaías 65:24; Salmo 32:5).

21. al cual había visto en visión al principio—es decir, en la visión anterior al lado del río Ulai (cap. 8:1, 16). volando con presteza—lit., “con fatiga”, es decir, se mueve rápidamente, como uno sin aliento y cansado de correr velozmente [Gesenius.] (Isaías 6:2; Ezequiel 1:6; Apocalipsis 14:6). hora del sacrificio de la tarde—la hora nona, o las tres de la tarde (véase 1 Reyes 18:36). Así como anteriormente, cuando estaba en pie el templo, esta hora era dedicada a los sacrificios, así ahora a la oración. Daniel, durante todo el cautiverio hasta el mismo fin, con un patriotismo piadoso, nunca se olvidó del culto del templo de Dios, mas habla de sus ritos por largo tiempo abolidos, como si todavía estuviesen en uso.

22. para hacerte entender—(cap. 8:16; el v. 26 en aquel capítulo, manifiesta que la visión simbólica no había sido entendida. Dios pues ahora da “entendimiento” directamente, y no por símbolo, el cual necesitaba interpretación.

23. Al principio de tus ruegos, etc.—La promulgación del decreto divino fué hecha en el cielo a los ángeles, cuando empezó Daniel a orar. he venido—desde el trono divino; así el v. 22. tú eres varón de deseos—muy amado (véase Ezequiel 23:6, Ezequiel 23:12); objeto del deleite divino. Así como el profeta apocalíptico del Nuevo Testamento, era “el discípulo a quien Jesús amaba”, así el profeta apocalíptico del Antiguo Testamento era “varón de deseos” delante de Dios. la visión—una revelación más acerca del Mesías en relación con la profecía de Jeremías en cuanto a los setenta años de la cautividad. El cambio a “entiende” es el mismo como en Mateo 24:15, donde en primer término se refiere a Roma, y en último término al Anticristo (véase Nota, v. 27, abajo).

24. Setenta semanas—es decir, de años; lit., “setenta sietes”; setenta “héptadas”, o hebdómadas; 490 años; expresado en forma de “lo definitivo ocultado” [Hengstenberg], costumbre usual con los profetas. La cautividad babilónica es un punto decisivo en la historia del reino de Dios, pues dió fin a la libre teocracia del Antiguo Testamento. Hasta aquel entonces, Israel, a veces oprimido, era pueblo libre como regla general. Desde la cautividad babilónica, la teocracia nunca recuperó su libertad completa aun hasta su completa supresión por Roma; y este período de subordinación a los gentiles ha de continuar hasta el milenio (Apocalipsis cap. 20), cuando Israel será restaurado como cabeza de la teocracia del Nuevo Testamento, la cual abarcará toda la tierra. La teocracia libre dejó de existir en el primer año de Nabucodonosor, y el cuarto de Joacim; el año del mundo 3338, el punto donde empiezan los setenta años de la cautividad. Antes Israel tenía el derecho, si era sojuzgado por algún rey gentil, a sacudir el yugo (Jueces caps. 4 y 5; 2 Reyes 18:7) como yugo ilegal, en la primera oportunidad. Pero los profetas declararon (Jeremias 27:9) que era la voluntad de Dios que ellos se sometieran a Babilonia. Por esto cada esfuerzo de Joacim, Jeconías y Sedequías por rebelarse era vano. El período de los poderes mundiales y de la humillación de Israel, desde la cautividad babilónica hasta el milenio, aunque abunda en aflicciones (por ejemplo, las dos destrucciones de Jerusalén, la persecución por Antíoco y las que sufrieron los cristianos), contiene todo lo bueno de los tiempos anteriores, reunido este todo en Cristo, mas visible sólo al ojo de la fe. Puesto que vino Cristo como siervo, escogió para su presentación el período más obscuro de todos para el estado temporal de su pueblo. Siempre nuevos perseguidores han estado levantándose, cuyo fin es destrucción, y así será con el enemigo final, el Anticristo. Así como la época de David fué el punto de la mayor gloria del pueblo del pacto, así la cautividad es el de su humillación más profunda. Por consiguiente, los sufrimientos del pueblo se reflejan en el cuadro del Mesías sufriente. El no se presenta más como el Rey teocrático, el antitipo de David, sino como el Siervo de Dios y el Hijo del hombre; y al mismo tiempo la cruz es el camino a la gloria (véase cap. 9. con cap. 2:34, 35, 44, y cap. 12:7). En los capítulos dos y siete, la primera venida de Cristo no se menciona, porque el objeto de Daniel fué el de profetizar a su nación acerca del período entero desde la destrucción, hasta el restablecimiento de Israel; pero este capítulo nueve detalladamente predice la primera venida de Cristo, y su efecto en el pueblo del pacto. Las setenta semanas se cuentan desde trece años antes de la reedificación de Jerusalén; porque entonces el restablecimiento de la teocracia empezó, es decir en el regreso de Esdras a Jerusalén, año 457 a. de J. C. Así empiezan los setenta años de cautividad, según Jeremías, en el año 606 antes de Cristo, diez y ocho años antes de la destrucción de Jerusalén, porque entonces dejó de existir Judá como teocracia independiente, habiendo caído bajo el poder de Babilonia. Dos períodos se mencionan en Esdras: 1. El regreso del cautiverio bajo Jesúa y Zorobabel, y la reedificación del templo, lo que fué la primera ansiedad de la nación teocrática. 2. El regreso de Esdras (considerado por los judíos como un segundo Moisés) de Persia a Jerusalén, la restauración de la ciudad, la nacionalidad y la ley. Artajerjes, en el año siete de su reinado, le dió la comisión que virtualmente incluye el permiso de reedificar la ciudad, permiso después confirmado y ejecutado por Nehemías en el año veinte (Esdras 9:9; Esdras 7:11, etc.); el v. 25, “desde la salida de la palabra para restaurar y edificar a Jerusalén”, prueba que se refiere al segundo de los dos períodos. Las palabras en el v. 24 no son “determinadas sobre la santa ciudad”; sino “sobre tu pueblo y tu santa ciudad”, así entonces la restauración de la política religiosa nacional y de la ley (la obra interna cumplida por Esdras el sacerdote), y la reedificación de las casas y muros (la obra exterior de Nehemías, el gobernador), están incluídas las dos cosas en el v. 25, “restaurar y edificar a Jerusalén”. “Jerusalén” representa tanto la ciudad, el cuerpo, como la congregación, el alma del estado. Véase Salmos 46, 48 y 87. El punto de partida de las setenta semanas se contaba desde los ochenta y un años después que recibió Daniel la profecía: siendo el objeto no el de fijar para él definitivamente el tiempo, sino para la iglesia: la profecía le enseñó a él que la redención mesiánica, que él creía cercana, estaba separada de él por medio milenio, por lo menos. Se mantenía suficientemente viva la expectativa por el concepto general del tiempo; no sólo los judíos sino muchos gentiles esperaban que se levantaría desde Judea algún gran Señor de la tierra en aquel mismo tiempo (Tácito, Historia 5:13; Suetonio, Vespaciano, 4). Que Esdras haya puesto a Daniel inmediatamente antes de su propio libro y el de Nehemías, se debía tal vez a su convicción de que él mismo había efectuado el principio del cumplimiento de la profecía (cap. 9). [Auberlen.] determinadas—lit., “cortadas”, es decir, de todo el curso del tiempo, para que Dios tratara de una manera particular con Jerusalén tu … tu—Daniel en su oración había hablado repetidas veces de Israel como “tu pueblo, tu santa ciudad”; pero en contestación Gabriel habla de ellos como el pueblo y ciudad de Daniel (“tu pueblo … tu santa ciudad”), dando a entender Dios de esta manera que mientras no sea traída “la justicia de los siglos” por el Mesías, él no podría reconocerlos como suyos propios [Tregelles] (Véase Éxodo 32:7). Más bien, como Dios quiere consolar a Daniel y los judíos piadosos, “el pueblo a favor del cual estás orando con tantas ansias”; tanto peso da Dios a las intercesiones de los justos (Santiago 5:16). acabar la prevaricación—lit., “encerrar”; quitar de la vista de Dios, abolir (Salmo 51:9). (Lengkerke). Los setenta años de destierro fué un castigo por los pecados del pueblo, mas no una expiación completa de ellos; la expiación no vendría sino después de setenta semanas proféticas, por medio del Mesías. concluir el pecado—El hebreo dice: “robar”, es decir, esconder de la vista (por la costumbre de sellar cosas para ser escondidas, véase Job 9:7), es la traducción que tiene mejor apoyo. expiar la iniquidad—lit., “cubrir”, tapar como con alquitrán (Génesis 6:14). Véase Salmo 32:1. traer la justicia de los siglos—es decir, la restauración del estado normal entre Dios y el hombre (Jeremias 23:5); a continuar eternamente (Hebreos 9:12; Apocalipsis 14:6). sellar la visión y la profecía—lit., sellar “al profeta”. Para dar el sello de confirmación al profeta y su visión por medio del cumplimiento. ungir al Santo de los santos—primeramente, “ungir” o consagrar después de su profanación, el lugar Santísimo; pero también ungir al Mesías, el antitipo del lugar Santísimo (Juan 2:19). El propiciatorio en el templo (la misma palabra griega expresa el asiento de misericordia y propiciación), que los judíos esperaban en la restauración a su regreso de Babilonia, tendrá su verdadera realización en el Mesías. Porque sólo cuando “el pecado ha concluído”, puede manifestarse perfectamente la presencia de Dios. Acerca de “ungir”, véase Éxodo 40:9, Éxodo 40:34. El Mesías fué ungido por el Espíritu Santo (Hechos 4:27; Hechos 10:38). Así, más tarde el Mesías Dios “ungirá” o consagrará con su presencia el lugar santo en Jerusalén (Jeremias 3:16; Ezequiel 37:27), después de su profanación por el Anticristo, de lo cual fué un tipo, la fiesta de dedicación después de la profanación por Antíoco.

25. desde la salida de la palabra—es decir, el mandato de parte de Dios, donde tuvo su origen el decreto del rey persa (Esdras 6:14). Auberlen hace notar que hay un Apocalipsis en cada Testamento. El propósito en cada uno es el de recapitular todas las profecías anteriores, antes de los “tiempos angustiosos” de los gentiles, cuando no había de tener revelación. Daniel recapitula toda la profecía mesiánica anterior, separando en sus fases individuales lo que los profetas habían visto en una misma perspectiva, el libramiento temporal de la cautividad y el final libramiento mesiánico antitípico. Las setenta semanas están separadas en tres partes desiguales: siete, sesenta y dos, y una. El año septuagésimo es la consumación de los períodos anteriores, así como el día sabático de Dios sigue a los días de trabajo; una idea sugerida por la división en semanas. En las sesenta y nueve semanas es restaurada Jerusalén, y así un lugar es preparado para el Mesías en donde efectuar su obra sabática (vv. 25, 26) de “confirmar el pacto” (v. 27). El tiempo mesiánico es el “sabbath” de la historia de Israel, en el cual tenía el ofrecimiento de todas las misericordias de Dios, pero en el cual Israel es cortado por un tiempo a causa de su rechazo de las mismas misericordias. Así como las setenta semanas terminan con siete años, o una semana, así empiezan con siete veces siete, es decir, siete semanas. Así como la septuagésima semana está separada de las demás, como período de revelación, así podrá ser con las siete semanas. El número siete siempre se asocia con la revelación; porque los siete espíritus de Dios son los mediadores de todas sus revelaciones (Apocalipsis 1:4; Apocalipsis 3:1; Apocalipsis 4:5). Diez es el número de lo que es humano; es decir, los poderes mundiales en diez cabezas y diez cuernos (cap. 2:42; 7:7). Setenta es diez multiplicado por siete, lo humano moldeado por lo divino. Los setenta años de destierro simbolizan el triunfo de los poderes mundiales sobre Israel. En las siete veces setenta años está contenido también el número mundial diez, es decir, el pueblo de Dios todavía está bajo el poder del mundo (“tiempos angustiosos”); pero el número divino es multiplicado por sí mismo; siete veces siete años, al principio de un período de revelación del Antiguo Testamento al pueblo de Dios por medio de Esdras, Nehemías y Malaquías, cuyas labores se extienden sobre casi medio siglo, o siete semanas, y cuyos escritos son los últimos del canon; y al fin, siete años, el período de la revelación del Nuevo Testamento en el Mesías. Las siete semanas de años que comienzan la revelación del Nuevo Testamento, se pasan rápidamente, a fin de que el énfasis principal descanse en la semana mesiánica. Sin embargo, las siete semanas de la revelación del Antiguo Testamento, son señaladas por su separación de las sesenta y dos, para estar por encima de las sesenta y dos, cuando no había de haber revelación. el Mesías Príncipe—Hebreo, “Ungido”. “Nagid”, Mesías es el título de Jesús con respecto a Israel (Salmo 2:2; Mateo 27:37, Mateo 27:42). Nagid, como Principe de los gentiles (Isaías 55:4). Nagid se refiere a Tito, sólo como representante de Cristo, quien designa la destrucción romana de Jerusalén como en un sentido, su venida (Mateo cap. 24; Juan 21:22). Mesías indica su llamamiento; Nagid, su poder. El ha de ser “cortado, y no habrá nada para él”. (Así debe traducirse del hebreo el v. 26, “no por sí”). Sin embargo, él es “el príncipe”, que ha de “venir”, por su representante primero para imponer justicia, y al fin en persona. el muro—la “trinchera”, o “baluarte escarpado”. [Tregelles.] La “plaza y trinchera” incluyen la completa restauración de la ciudad exterior e interiormente, que se hacía durante las sesenta y nueve semanas.

26. después de las sesenta y dos semanas—En este versículo y el v. 27, el Mesías se hace el sujeto prominente, mientras que la suerte de la ciudad y del santuario es secundaria, siendo mencionados sólo en las segundas mitades de los versículos. El Mesías aparece en un aspecto doble: salvación a los creyentes, juicios sobre los incrédulos (Lucas 2:34; véase Malaquías 3:1; Malaquías 4:1). Repetidas veces, durante la Semana Santa, él se asociaba con la destrucción de la ciudad, como causa y efecto, el que fuera él “cortado” (Mateo 21:37; Mateo 23:37; Lucas 21:20; Lucas 23:28). Israel naturalmente podría esperar el reino glorioso del Mesías, si no después de los sesenta años de cautividad, por lo menos al fin de las setenta y dos semanas; pero en lugar de esto, habrá la muerte y la destrucción subsiguiente de Jerusalén. no por sí—más bien, “no habrá nada para él” [Hengstenberg]; no que sea frustrado el real objeto de su venida (su reino espiritual); sino que el reino terrenal esperado por los judíos, por el momento quedaría en la nada, y no realizado en aquel entonces. Tregelles refiere el título “el Príncipe” (v. 25) al tiempo de su entrada a Jerusalén montado en un asno, su única presentación como rey, y que seis días después fué muerto como “el rey de los judíos”. el pueblo de un príncipe—es decir, los romanos, capitaneados por Tito, el representante de los poderes mundiales, finalmente a ser transferido al Mesías, “el Príncipe”; así llamado por el título del Mesías, como también por ser enviado por él, como su instrumento de juicio (Mateo 22:7). el fin de ella—del santuario. Tregelles cree que quiere decir “el fin del Príncipe”, la última cabeza del poder romano, el Anticristo. con inundación—es decir, de guerra (Salmo 90:5; Isaías 8:7; Isaías 28:18). Dando a entender lo completo de la catástrofe, “no será dejada aquí una piedra sobre otra”. hasta el fin de la guerra—más bien, “hasta el fin hay guerra”.

27. confirmará el pacto—Cristo. La confirmación del pacto es referida a Cristo en otros lugares. Isaías 42:6, “Te pondré por alianza del pueblo” (es decir, Aquel en quien el pacto entre Israel y Dios se expresa personalmente); véase Lucas 22:20, “El nuevo pacto en mi sangre”; Malaquías 3:1, “el ángel del pacto”; Jeremias 31:31, describe el pacto mesiánico en pleno. Contrástese el cap. 11:30, 32, “enojaráse contra el pacto”; “violadores del pacto”. La profecía de que el Mesías “confirmaría el pacto con muchos”, consolaría a los fieles en tiempos de Antíoco, quienes sufrían en parte por las persecuciones de los enemigos, y en parte por amigos falsos (cap. 11:33-35). De ahí resulta la semejanza del lenguaje aquí y en el cap. 11:30, 32, respecto a Antíoco, el tipo del Anticristo. a muchos—(Isaías 53:11; Mateo 20:28; Mateo 26:28; Romanos 5:15, Romanos 5:19; Hebreos 9:28). a la mitad de la semana—las setenta semanas se extienden hasta el año 33 de la era cristiana. Israel no fué destruído literalmente sino en el año 79, aunque virtualmente lo fué en el año 33, como tres o cuatro años después de la muerte de Cristo, cuando el evangelio era predicado exclusivamente a los judíos. Cuando los judíos persiguieron a la iglesia y apedrearon a Esteban (Hechos 7), el plazo de la gracia terminó (Lucas 13:7). Habiendo rechazado Israel a Cristo, fué rechazado por Cristo, y desde entonces se cuenta como muerto (véase Génesis 2:17 con 5:5; Oseas 13:1), siendo la literal destrucción por Tito la consumación del traslado del reino de Dios desde Israel a los gentiles (Mateo 21:43), el cual no ha de ser restaurado a Israel sino en la segunda venida de Cristo, cuando Israel estará a la cabeza de la humanidad (Mateo 23:39; Hechos 1:6; Romanos 11:25; Romanos 11:15). El intervalo forma para el pueblo del pacto un gran paréntesis. hará cesar el sacrificio y la ofrenda—distinto del “quitar” temporalmente el “continuo sacrificio” por Antíoco (cap. 8:11; 11:31). El Mesías hará que cesen completamente todos los sacrificios y las ofrendas en general. Hay aquí una alusión sólo al acto de Antíoco; para consolar al pueblo de Dios, cuando el culto del sacrificio ha de ser hollado, dirigiendo su atención a los tiempos mesiánicos cuando vendría la salvación completa, y sin embargo cesarían los sacrificios. Este es el mismo consuelo que daban Jeremías y Ezequiel, cuando amenazaba la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor (Jeremias 3:16; Jeremias 31:31; Ezequiel 11:19). Jesús murió a la mitad de la última semana, año 30. Su vida profética duró tres años y medio; el mismo tiempo durante el cual “los santos son entregados en mano” del Anticristo (cap. 7:25). Tres y medio no indican, como los diez, el poder del mundo en su plenitud, sino (mientras opuesto al poder divino el cual se expresa por siete) quebrado y derrotado en su aparente triunfo; porque inmediatamente después de las tres veces y media, el juicio cae sobre los victoriosos poderes mundiales (cap. 7:25, 26). Así la muerte de Jesús parecía el triunfo del mundo, pero fué en realidad su derrota (Juan 12:31). La rotura del velo del templo señaló la cesación de los sacrificios por la muerte de Cristo (Levítico 4:6, Levítico 4:17; Levítico 16:2, Levítico 16:15 : Hebreos 10:14). No puede haber pacto sin sacrificio (Génesis 8:20; Génesis 9:17; Génesis 15:9, etc.; Hebreos 9:15). Pero aquí el viejo pacto ha de ser confirmado, mas de una manera peculiar al Nuevo Testamento, es decir, por el único sacrificio, que pondría fin a todos los sacrificios (Salmo 40:6, Salmo 40:11). Así cuando los ritos levíticos se acercaban a su fin, Jeremías, Ezequiel y Daniel, con una claridad cada vez mayor, oponen el nuevo pacto espiritual a los elementos terrenales y pasajeros del pacto viejo. la muchedumbre de las abominaciones—A causa de las “abominaciones” cometidas por el pueblo perverso con el Ser Santo, éste no sólo destruirá la ciudad y el santuario (v. 25), sino que continuará su desolación hasta el tiempo “determinado” por Dios (la frase citada de Isaías 10:22), cuando finalmente el poder mundial será juzgado y el dominio será dado a los santos del Altísimo (cap. 7:26, 27). Auberlen traduce: “A causa de la cumbre desoladora de abominaciones (véase cap. 11:31; 12:11; así la repetición de la misma cosa como en el v. 26 es evitada); y hasta la consumación que está determinada, se derramará (la maldición, v. 11, predicha por Moisés) sobre el pueblo desolado”. Israel llegó al ápice de abominaciones, que trajeron la desolación (Mateo 24:28), sí, y lo que es la desolación misma, cuando después de asesinar al Mesías, ellos ofrecían sacrificios mosaicos en forma, pero paganos en espíritu (Véase Isaías 1:13; Ezequiel 5:11). Cristo se refiere a este pasaje (Mateo 24:15): “Cuando viereis la abominación del asolamiento, que fué dicha por Daniel profeta, que estará en el tugar santo,” (estas últimas palabras se dan por entendidas en “abominaciones” como cometidas contra el santuario. Tregelles traduce: “Sobre el ala de abominaciones habrá lo que causa desolación”; es decir, un ídolo colocado sobre un ala o pináculo del templo (véase Mateo 4:5) por el Anticristo, quien hace un pacto con los judíos restaurados para la última de las setenta semanas de años (cumpliendo las palabras de Jesús: “Si otro viene en su propio nombre, le recibiréis”), y por los tres primeros años y medio lo guarda, y luego en medio de la semana lo viola, causando la cesación de los sacrificios diarios. Tregelles así identifica la última media semana con el tiempo, tiempos y el medio de un tiempo de las persecuciones del cuerno pequeño (cap. 7:25). Pero de esta manera hay una brecha de 1830 años por lo menos puesta entre las sesenta y nueve semanas y la semana septuagésima. Sir Isaac Newton explica el ala (“desparramadora”) de abominaciones como las enseñas (águilas) romanas traídas a la puerta oriental del templo, y allí teniendo sacrificios dedicados a ellas por los soldados; la guerra, que terminó en la destrucción de Jerusalén, duró desde la primavera del año 67 hasta el otoño del 70, es decir justamente tres años y medio, o la última media semana de años (Josefo, Guerras Judías, 6:6). derramaráse … sobre el pueblo asolado—Tregelles traduce: “el causante de desolación”, es decir, el Anticristo. Véase “abominación espantosa” (cap. 12:11), o “abominación desoladora”. Tal vez las dos interpretaciones del pasaje entero serán en parte verdaderas; siendo el desolador, Tito, un tipo del Anticristo, el final desolador de Jerusalén. Bacon (Adv. LernSalmo 2:3), dice: “Las profecías son de la naturaleza del Autor, con quien mil años son como un día; y por este motivo no son cumplidas puntualmente, sino teniendo un desarrollo de germinación y brote a través de muchos años, aunque la altura y plenitud de ellas, pueden referirse a una sola edad.

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