Pero amen a sus enemigos, hagan el bien y presten, sin esperar nada más; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del. Más alto; porque es bondadoso con los ingratos y los malos.

No se puede esperar ningún favor o recompensa especial de la misericordia de Dios si solo amamos a los que nos aman; en ese caso, existe una condición de toma y daca que recompensa a las personas involucradas. Y tal evidencia de amor no es nada extraordinario, ya que incluso los pecadores, los marginados, que no profesan ninguna moral cristiana, hacen tanto entre ellos. Lo mismo se aplica a hacer el bien cuando otros nos han hecho el bien a nosotros.

Ni siquiera existe el sentimiento de regocijo y alegría por una buena acción que nos anima en tal caso. Y en cuanto a ayudar a alguien que está en problemas, el mero prestar dinero puede ser una especie de egoísmo, ya que será con el propósito no solo de que se le devuelva el capital, sino también de ganar el interés. La ley del amor requiere en tal caso que ayudemos libremente, sin esperar nada a cambio.

Si el hermano vuelve a ponerse de pie, devolverá el dinero recibido o transmitirá la bondad. En lo que respecta al carácter cristiano específico de las obras, la bondad debe ser la del puro altruismo. Es por eso que se insta al amor a los enemigos y a hacer el bien donde no se esperan recompensas. Porque entonces la recompensa de la misericordia del Señor será correspondientemente grande, y nos acercaremos más a la mente que está en nuestro Padre bueno y misericordioso que está en los cielos.

Nosotros, como hijos del Altísimo, debemos exhibir los rasgos y características del buen Dios. Porque él también, en su providencia, es bueno y bondadoso, aun con el ingrato y el malvado. Y nuestro Padre nos extenderá Sus favores en plena medida, aquí en el tiempo y más allá en la eternidad.

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