Nada escapó a la atención de Jesús. Vio a los invitados en la casa y su método de proceder para buscar los asientos principales. Mientras miraba, enunció dos grandes verdades de aplicación social. Primero, criticó a los que buscaban precedencia; y, en segundo lugar, criticó una hospitalidad que se extendió con la esperanza de recompensa.

Uno de los invitados, conmovido por la palabra del Maestro, exclamó: "Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios". En la parábola que sigue, el Señor reveló la acción divina en el establecimiento de Su Reino y mostró la renuencia del corazón humano a cumplir su condición.

Cuando Jesús salió de la casa donde había sido hospedado, fue seguido por grandes multitudes, a quienes pronunció, quizás con palabras más severas que en cualquier otra ocasión, sus términos de discipulado. Estos fueron la ruptura de todo lazo terrenal para seguirlo, y una comunión real en la Cruz. Esta fue, además, la ocasión en la que dio la razón de esa severidad. Era que la obra de Dios que había venido a realizar era edificar y luchar. Era necesario que tuviera personas de las que pudiera depender para completar el edificio y ganar la batalla.

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